Wolfowitz y la ruina del Banco Mundial

Editorial de La Jornada - México
18 de mayo 2007

La salida de Paul Wolfowitz de la presidencia del Banco Mundial (BM) deja ver mucho más que la monumental indecencia de este halcón reciclado como funcionario internacional, quien, tras desatarse el escándalo por el incremento salarial que otorgó a su novia, Shaha Ali Riza, cuando ésta ya no laboraba en el organismo, no tuvo empacho en exigir, abogado de por medio, una suma considerable a cambio de su propia renuncia. Ahora, el antiguo subsecretario de Defensa de Estados Unidos se va a su casa con 375 mil dólares en la bolsa y una exoneración negociada con el consejo del BM, y deja tras de sí una institución sumida en profundo descrédito.

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El vergonzoso episodio escenificado por este hombre, representativo por excelencia de los neoconservadores que aún gobiernan en Estados Unidos y que han llevado al mundo a un infierno de destrucción, saqueo, corrupción y violencia, pone de manifiesto la manera patrimonialista y desaseada con que ha sido manejado el poder público durante las dos presidencias de George W. Bush. Cabe recordar que cuando Wolfowitz despachaba en el Pentágono Ali Riza, la cual era ya su pareja y trabajaba en el Banco Mundial, se benefició con un contrato al margen de sus funciones en el organismo financiero para participar en la "reconstrucción" de Irak. Una vez que Bush impuso a Wolfowitz en el BM a pesar de la resistencia de los socios europeos del organismo, el nuevo presidente de la institución se granjeó la animadversión de los empleados con antigüedad porque se rodeó de asesores llevados por él y carentes de conocimientos en materia de desarrollo, les otorgó contratos principescos e ignoró de manera regular las recomendaciones y los puntos de vista de empleados con experiencia. A renglón seguido, Wolfowitz comisionó a su novia para que trabajara en el Departamento de Estado, bajo las órdenes de Lynne Cheney, hija del vicepresidente estadunidense, y ordenó que se le otorgara un salario de casi 200 mil dólares anuales, con lo que Ali Riza terminó ganando más que la secretaria de Estado, Condoleezza Rice.

Así, en medio de nepotismos, imposiciones a la comunidad internacional y protección incondicional de sus integrantes, los miembros del grupo gobernante estadunidense sacan partido de las posiciones en los organismos internacionales y, peor aún, se reparten las oportunidades de negocio construidas en Irak sobre la destrucción, el arrasamiento y la muerte.

No debe perderse de vista que los presupuestos salariales del Banco Mundial proceden de los contribuyentes de todo el mundo, aportados por los gobiernos que forman parte del organismo. Con este dato en mente, es inevitable concluir que la indebida apropiación y asignación de fondos por Wolfowitz y su novia constituye una nueva modalidad de corrupción trasnacional, en la que los dineros comunes de todo el mundo acaban en la bolsa de funcionarios inescrupulosos y, lo peor, impunes.

Otro aspecto preocupante del episodio es que la caída del halcón estadunidense bien podría ser la punta del iceberg de una cantidad de manoseos a las arcas del BM. Los pormenores del affaire Wolfowitz-Ali Riza llegaron al conocimiento público, en buena medida, porque así convenía a los intereses de varios gobiernos europeos; se dio en el marco de una amarga confrontación entre Washington y los principales países europeos -Alemania, Francia e Inglaterra-, interesados en acotar el control estadunidense sobre el organismo financiero. Pero cabe preguntarse cuántos sucesos semejantes se quedan en los cajones y no llegan a conocerse nunca, tanto en el BM como en otras instituciones internacionales.

En suma, con una afectación monetaria muy menor en relación con los recursos que maneja el organismo que presidió, Wolfowitz lo llevó a una quiebra moral en la percepción de las sociedades y de los gobiernos.

En teoría, la misión del Banco Mundial es reducir la pobreza en el planeta. En la práctica ha hecho lo contrario: ha multiplicado, con la imposición de medidas económicas neoliberales y antipopulares, el número de miserables en los países que han tenido la desgracia de acatar sus directrices. A lo que puede verse, la institución ha resultado más eficaz, en todo caso, en la tarea de incrementar la riqueza de sus altos funcionarios.



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