Indeseados y al Borde del Abismo

Inmigración”, Cuadro de la pintora iraquí Sawan Al Sarraf

Layla Anwar
An Arab Woman Blues
Traducido para rebelion.org por Sinfo Fernández
21/09/07

Finalmente, Raouf logró llegar a Siria. Para aquellos de Vds. que no conozcan la historia de Raouf, por favor, lean “Postcard from Baghdad”.

Al principio, intentó vivir en Damasco, en un pequeño “hotel” en la barriada de Sayyida Zeinab, dirigido por un chií iraquí que convertía el vestíbulo, una vez a la semana, en una Husseiniya (Husseiniya significa un lugar religioso de recuerdo de los Imanes Al-Hassan y Al-Hussein).

El dueño del hotel estuvo sermoneando sin parar a Raouf sobre el problema de los “nawasib”, i.e., sunníes. Cada mañana le recordaba que si los sunníes sólo oraran a Ahl Al Bayt (como hacen), todo iría OK. Y si los sunníes aceptaran que el Imán Ali era el heredero auténtico del Jilafat, entonces todo iría OK. Y si Aisha (la mujer del profeta) no hubiera sido una traidora, entonces todo eso no habría sucedido. Y si Abu Bakr, Ozman y Omar no hubieran sido los hipócritas que fueron, todo esto no estaría sucediendo…

Raouf es paciente por naturaleza y realmente le importan un ardite todas esas divisiones. Pero la violenta y trágica experiencia que sufrió en Bagdad le ha convertido en alguien frágil y vulnerable. No pudo soportar más ese sermón diario que bordeaba la amenaza… Estaba agitado y ansioso todo el tiempo y no pudo aguantar más ni al dueño del hotel ni sus sermones.

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No más sermones, después de las raciones de lavado de cerebro de tipo religioso a que le sometieron sus torturadores, que se tomaban un respiro para ir a rezar y cantar canciones devotas mientras le aplicaban a Raouf sus sesiones de tortura…

Decidió mudarse a otra ciudad donde los alquileres no fueran tan elevados y donde pudiera estar lejos de los sectarios. ¿Quién podría culparle? El pobre ha quedado traumatizado de por vida.

Además, los iraquíes no son muy queridos en Siria, especialmente en Damasco. Los sirios se quejan continuamente de su presencia. Es por culpa de los iraquíes que las tarifas de los alquileres se han duplicado. Es por culpa de los iraquíes que existe corrupción. Es por culpa de los iraquíes que los precios se han incrementado. Es por culpa de los iraquíes que los servicios son lentos e ineficientes… Es por culpa de los iraquíes que Damasco está superpoblado y contaminado…

Unos pocos sirios que no saben que yo también pertenezco a los intocables, a los no deseados, me dijo que todo se había ido por las alcantarillas por culpa de los iraquíes…

“No es culpa suya si los sirios están subiendo los precios. Después de todo, ¿están haciendo beneficios, no? ¿Por qué culpar a los iraquíes por la avaricia siria?, le dije.

El sirio contestó: “Supongo que tiene razón. Es verdad que el gobierno está consiguiendo dinero de las agencias de Naciones Unidas. Y muchos sirios han hecho una buena bolsa gracias a los iraquíes. Pero aún así, los iraquíes resultan muy molestos.”

Fui testigo de la avaricia siria. Si una carrera de un taxi cuesta normalmente 50 liras, a un iraquí le suponen 150 liras. Un paquete de arroz cuesta 35 liras, para un iraquí se le aumenta a 50 liras. Una camisa cuesta 300 liras, para un iraquí son 600 liras. Todo se ha duplicado y triplicado. En cuanto a los alquileres, se han cuadruplicado para los iraquíes.

Volviendo a Raouf…

Se trasladó a otra ciudad. Finalmente encontró un supuesto apartamento “amueblado” en lo alto de un edificio sin ascensor. Consistía en un dormitorio, una salita y un baño. El alquiler es desorbitado para Raouf pero no tiene otra opción.

Ese apartamento es el lugar más insalubre, reducido e inmundo que él ha visto nunca. El sofá está comido por la polilla. Las cortinas hechas jirones. El colchón y las sábanas no se han cambiado desde la época de los Omeyas. El baño está cubierto de limo y mugre. Y la supuesta loza –platos, cacerolas, sartenes- no son adecuados ni para alimentar a los animales. La tetera es una pieza de anticuario –tan oxidada que el agua se vuelve amarilla-, un objeto de valor para un museo de antigüedades.

Pero lo peor son todas esas visitantes indeseables: las cucarachas. El lugar está plagado.

Raouf con sus tobillos magullados e hinchados, sin poder calzarse. Raouf con sus costillas rotas, incapaz de llevar nada. Raouf con su hombro dislocado, imposibilitado para mover el brazo. Raouf con su parálisis parcial en una mano, incapaz de sostener algo durante mucho tiempo… caminaría diariamente durante una hora hasta el mercado (los taxis son demasiado caros para él) y compraría sábanas, loza, cortinas, detergente, pintura y, por supuesto, plantas…

Después acarrearía diariamente tres bolsas repletas y subiría 6 pisos hasta su “bien provisto apartamento”.

Así estuvo haciendo durante unos diez días. Limpió, pintó, pulió, barnizó, fijó para hacer el lugar más un poco más habitable. Y siempre que el dolor le desbordaba, se consolaba a sí mismo diciendo: “Al menos estoy vivo y fuera de Iraq”.

Cuando la mujer de Raouf supo que el 10 de septiembre iban a conceder visados sirios a los iraquíes, cogió un autobús el 8 de septiembre a las 6,30 de la mañana, llegando finalmente a Siria el 9 de septiembre a las 23,30 horas. Filas sin fin de autobuses y colas sin fin en la frontera antes de las 10 horas. Su viaje de Bagdad a Damasco duró 24 horas. Pero ella también da gracias por haber escapado del infierno.

Cuando Raouf supo que no le iban a renovar el permiso de residencia tras el período inicial de tres meses, se vio invadido por una terrible ansiedad.

Pasó por la terrible experiencia vivida en Bagdad sin gritar, sin quejarse… Incluso sus torturadores estaban sorprendidos y le preguntaron qué clase de ser humano era. Le dijeron: “Otro hombre habría muerto pero tu no has dicho ni pío: no eres normal”.

Raouf replicó que se había rendido totalmente y que todo lo que quisieran hacerle ya no le importaba. “Estoy en las manos de Dios”, les diría.

“¿Tú estás en las manos de Dios? ¿Pero tú que sabes de Dios? Te vimos llevando pantalones cortos dentro de tu casa y vimos una lata de cerveza afuera.”

Seguirían golpeándole y azotándole todavía más, hasta que perdió la piel, manteniéndole con los ojos vendados y encadenado en un baño durante cinco días sin agua ni comida… Y amenazando a diario con asesinarle, con quemarle o con cortarle la cabeza. Hubo un momento en que eran tres con tres afilados cuchillos colocados en su yugular mostrando intención de cortarle la garganta… Raouf no hizo ni el menor sonido.

Pero cuando Raouf supo que podían obligarle a volver a Iraq en el plazo de dos meses, se puso a gritar como un animal salvaje. Gritó como nunca jamás había gritado antes y el ataque de ansiedad que le invadió tardó varios días en pasar.

Tras el espanto vivido en sus torturas, Raouf tenía pérdidas de memoria parciales… Pero después de escuchar que podría tener que regresar a Iraq, todas las imágenes de lo vivido acudieron a su memoria. Actualmente, no se le puede dejar solo ni una hora. Sencillamente, los recuerdos le vuelven loco.

Dijo: “Prefiero suicidarme antes que regresar a Iraq. Iraq se acabó para mí. Iraq ya no es mi hogar. No lo echo de menos. Sólo echo de menos mi familia, mis vecinos y mi jardín. Pero prefiero morir a volver”. Y parece dispuesto a hacerlo.

La UNRWA se ve desbordada con multitud de casos similares al de Raouf. De seres que se vuelven locos ante la sola idea de regresar al infierno.

Pero parece que las autoridades sirias quieren que los iraquíes se vayan. Me he dedicado a examinar concienzudamente sus periódicos y veo que se muestran son muy amables y “suaves” son Al Maliki. También me he dado cuenta de que en Damasco se habla mucho el farsi. Todo un detalle.

Dios mío, estoy perdida. Raouf es una historia. Pero hay tantas otras. No sé siquiera por dónde empezar.

Tenemos a Ahmad. Doctora en Microbiología, trabajó un corto tiempo como masajista y ahora está sin empleo. Están Nura y Hanan, de no más de 17 años, a pesar de todo el maquillaje que se ponen para parecer mayores, trabajando como chicas de alterne en hoteles. Está Wassim, un doctor en ingeniería eléctrica trabajando de forma clandestina como técnico de reparación de aparatos de aires acondicionado. Tenemos a Sana, estudiante de instituto, vendiendo por las calles chicles y peines…

Hasta diez personas pueden hacinarse en una habitación. Están los enfermos, los que han sufrido amputaciones, los que tienen que estar en sillas de ruedas… La tragedia es infinita. La desesperación es inmedible…

Pero todos ellos se muestran unánimes. Prefieren morir a regresar a Iraq. Y todos están convencidos de que Iraq se acabó. Para ellos, desde el momento en que han visto lo que han visto, han presenciado lo que han presenciado y han experimentado lo que han experimentado, Iraq se acabó. Y yo estoy de acuerdo con ellos.

Si las autoridades sirias les obligan a dejar Siria, ¿dónde irán? ¿Qué les sucederá? En Siria casi no tienen futuro. En Iraq sólo tienen el pasado.

Mientras, la Comunidad “Internacional” sigue observando, con divertida indiferencia, cómo se coloca a los indeseados al borde de un abismo sin retorno.

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