La incomprensión

Por Bernard Fougéres

ElUniverso

Es arduo entenderlo todo. Ponerse en la piel de los demás se llama empatía. No siempre es posible. Sin embargo, estamos en la tierra para sentirnos humanos, animales, árboles, para ser gotas de mar, de lluvia, lágrimas en ojos ajenos. Somos el mendigo de la esquina, el recolector de basura, el presidente de la república, el perro que gime, el gato que rasguña, el pendejo que se suicida por amor o vive por costumbre.

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Somos mujer y hombre, joven y viejo, niño y anciano, Judas y Cristo, vida y muerte, sano y enfermo, bueno y malo. Nos vestimos de Solca, de leprocomio, de una clínica cualquiera donde murió algo muy nuestro un día cualquiera. Soy aquella chica que se ahorcó porque no llegué a tiempo, llevo en el cuello como señal recordatoria un lazo morado de sangre ahíta, hematomas de gente a quien ni siquiera conozco, ganglios brotados en el cuello de la mujer a la que más amé y sigo amando hasta morir.

No sabemos callar ni leer en los ojos porque solo miramos hacia nosotros, hacia nuestro epicentro, el ego que nos carcome, que los demás alaban o critican, aman o detestan, condecoran o maldicen. Nos volvemos petulantes, pedantes, lo sabemos todo, sabemos más que los demás lo que sienten los demás. Y juzgamos, decidimos, condenamos, peroramos.

Todo para darnos cuenta de que no sabemos nada, que nuestro horizonte se limita a metas infantiles, que solo pensamos en lo que pretendemos recibir o alcanzar. No amamos, estamos enamorados del amor que sentimos por alguien. Amar es desvivirse, es ponerse en la piel de nuestra pareja, no solo en uno de sus orificios. Es sentir la herida cuando la apuñalan, la vapulean, la humillan, la descalabran, el llanto cuando la hacen llorar, la sangre cuando le toca la cuota mensual. Es morir con ella cada día, vivir por ella en cada instante. Pero estamos tan preocupados por la idea que tenemos de ella que solo le otorgamos el derecho de sentir lo que ideamos. Convertimos nuestra pareja en extensión de nuestro ego.

¿Por qué nos ha de doler el niño mojado que llora en la noche cuando no le cambian el pañal? ¿Por qué nos han de lastimar los terremotos mientras no llegan a nuestro barrio, las guerras mientras no nos afectan de un modo directo? Lo malo del bienestar excesivo es que nos vuelve ciegos. Las revistas nos aconsejan seguir a quienes lo tienen todo. Ha de existir también, supongo, un jet set de la pobreza, un récord Guiness de la miseria, un ranking de la indigencia, el top ten de la inopia. La televisión se ha vuelto espejo, el espejo nos incita a vernos como si estuviésemos dentro de un reality show. La realidad es la que nos forjamos a punta de
megalomanía; nunca nos imaginamos metidos entre tablas sino trepados en el tablado de algún teatro en el que actuamos sin siquiera darnos cuenta. Soy don Bernard: tres vueltitas y hasta luego. El resto es película que yo mismo me fabrico mientras bajo la palanca del inodoro.

bernardf(arroba)telconet.net

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