La complicidad europea en el lento genocidio perpetrado por Israel

Omar Barghouti
ElectronicIntifada
Traducido por Nadia Hasan y revisado por Caty R.
Rebelión
23/01/08

La Unión Europea, el principal socio comercial de Israel en el mundo, observa, mientras Israel intensifica su bárbaro asedio a Gaza, castigando colectivamente a 1.500.000 civiles palestinos, condenándolos a la devastación y presenciando la muerte inminente de cientos de pacientes cardíacos o necesitados de diálisis renal, de niños prematuros y de todos los que dependen de la energía eléctrica para sobrevivir.

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Al congelar el envío de combustible y energía eléctrica a Gaza, Israel, el poder ocupante, está esencialmente garantizando que el agua «limpia» –sólo de nombre, ya que el agua de Gaza es, posiblemente, la más contaminada del mundo tras decenios de robo y abuso israelí– no será bombeada y distribuida adecuadamente a hogares e instituciones; los hospitales no podrán funcionar adecuadamente, lo que causará la muerte de muchas personas, especialmente las más vulnerables; cualquier industria que aún funcione a pesar del asedio ahora se verá obligada a cerrar, elevando todavía más la alta tasa de desempleo; ha paralizado el tratamiento de las aguas residuales contaminando todavía más el escaso y preciado recurso en Gaza; las instituciones académicas y escuelas no podrán prestar los servicios habituales; y la vida de todos los habitantes se verá drásticamente interrumpida, cuando no dañada de forma irreversible. Y Europa mira apáticamente.

El académico de Princeton Richard Falk calificó el asedio israelí como «preludio del genocidio», incluso antes de este último crimen de cortar por completo el abastecimiento energético. Ahora los crímenes israelíes en Gaza se pueden calificar sin paliativos como actos de genocidio, aunque lento. De acuerdo con el artículo II de la Convención de las Naciones Unidas de 1948 para la prevención y sanción del delito de genocidio, el término se define como:

«Cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, tales como:

a) Matanza de miembros del grupo;

b) Lesiones graves de la integridad física o mental de los miembros del grupo;

c) Sometimiento intencionado del grupo a condiciones de existencia que puedan acarrear su destrucción física, total o parcial;

d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el grupo;

Claramente, el hermético cierre israelí de Gaza está destinado a asesinar, causar graves daños físicos y mentales e inflingir deliberadamente condiciones de vida premeditadas para provocar la destrucción física gradual, lo que ya no puede ser calificado como un acto de genocidio, sino como un genocidio generalizado. Y la Unión Europea sigue sospechosamente silenciosa.

Pero, ¿por qué acusar a Europa, en particular, de confabulación en este crimen cuando casi toda la comunidad internacional no mueve un dedo y el complaciente secretario general de las Naciones Unidas, que superó a todos sus antecesores en la sumisión al gobierno estadounidense, está expresando un patético apoyo con la boca pequeña? Además, ¿qué pasa con el propio gobierno estadounidense, el más generoso patrocinador de Israel que está directamente implicado en el actual asedio, especialmente después de que el presidente George W. Bush, en su reciente visita diera luz verde, con muy poca sutileza, al Primer Ministro israelí Ehud Olmert para devastar Gaza? ¿Por qué no culpar a los silenciosos hermanos árabes, particularmente a Egipto –el único país que puede romper inmediatamente el cerco reabriendo el paso fronterizo de Rafah y abasteciendo a través de él del combustible necesario, electricidad y suministros de emergencia? Y finalmente, ¿por qué no culpar a la Autoridad Palestina en Ramala, cuyo subordinado y poco visionario líder alardeó abiertamente en una rueda de prensa de su «acuerdo total» con Bush en todos los asuntos importantes?

Después de Israel, Estados Unidos es, sin ninguna duda, el mayor culpable de este crimen. Bajo la influencia de una ideología fundamentalista, militarista y neoconservadora, que ha tomado el timón del poder, y un omnipotente lobby sionista cuyo grado de influencia no tiene parangón, Estados Unidos tiene la misma categoría por sí mismo. Ni siquiera hace falta mencionar que la Autoridad Palestina, las Naciones Unidas y los gobiernos árabes e internacionales que mantienen relaciones normales con Israel deberían sentirse responsables por consentir, directa o indirectamente, los crímenes israelíes contra la humanidad en Gaza.

También es cierto que cada uno de los mencionados anteriormente tiene la responsabilidad legal y moral de intervenir y aplicar las medidas que sean necesarias para acabar con este crimen antes de que mueran miles de personas. Pero la Unión Europea lidera una posición única en todo esto. No solamente está silenciosa y apática; en la mayoría de los países europeos tanto Israel como sus instituciones actualmente son bienvenidos y acogidos con una cordialidad, generosidad y deferencia sin precedentes en todos los campos –económico, cultural, académico, deportivo, etcétera-. Por ejemplo, Israel fue el invitado de honor de la mayor feria del libro en Turín, Italia. Las películas financiadas por el gobierno israelí se exhiben en festivales de cine por todo el continente. Los productos israelíes, desde los aguacates y las naranjas hasta los sistemas de alta seguridad, están invadiendo los mercados europeos como nunca. Las instituciones académicas israelíes disfrutan de un acuerdo de asociación especial, muy lucrativo, con los principales órganos de la Unión Europea. Los grupos de danza israelíes, bandas de música y orquestas son invitados a giras por Europa y festivales como si Israel no sólo fuera un miembro normal, sino además el predilecto del llamado mundo «civilizado». El frío abrazo que daba Europa a Israel se ha convertido en una intensa, abierta y enigmática relación amorosa.

Si Europa cree que de esta forma se arrepiente del Holocausto contra su población judía, lo que está haciendo de hecho es facilitar vergonzosa y conscientemente la ejecución de un nuevo genocidio contra el pueblo palestino. Pero los palestinos, si aparecen, no cuentan mucho, ya que son vistos no sólo por Israel, sino también por su antiguo patrocinador «blanco» y sus aliados, como inferiores. El continente que inventó el genocidio y fue responsable de masacrar en los últimos dos siglos a más seres humanos que todos los demás continentes juntos, está encubriendo crímenes que son reminiscencias en calidad, ciertamente no en cantidad, de sus propias atrocidades contra la humanidad.

Probablemente en ningún otro asunto internacional la oficialidad europea puede ser acusada de estar tan desvinculada e indiferente a su propia opinión pública. Mientras las llamadas al boicoteo de Israel, como estado de apartheid, se difunden lenta pero consistentemente en todas las organizaciones de la sociedad civil y uniones sindicales europeas, dibujando un sorprendente paralelismo con el boicot del apartheid de Sudáfrica, los gobiernos europeos se distinguen difícilmente de la abierta complicidad entre Estados Unidos e Israel. Incluso los clichés por parte de Europa cuando condena y «expresa una profunda preocupación» se han convertido en inusuales más que en algo habitual. Es más, la implacable y desafiante violación israelí de las propias leyes y condiciones de derechos humanos europeos son ignoradas cada vez que alguien se cuestiona si Israel debe seguir beneficiándose de su benévolo acuerdo de asociación con la Unión Europea a pesar de su ocupación militar, colonización y récord de horribles abusos contra los derechos humanos de sus víctimas palestinas. Si esto no es complicidad, entonces, ¿qué es?


Al dejar de lado la moral sumiendo a Gaza en un mar de oscuridad, pobreza, muerte y desesperación, no se puede augurar nada bueno para Europa. Al mantener activamente un ambiente que conduce al resurgimiento del fanatismo y la violencia desesperada cerca de sus fronteras, Europa está invitando imprudentemente al caos a su puerta. En lugar de considerar seriamente, como mínimo, las llamadas al boicot, desinversión y sanciones contra el apartheid israelí, adoptadas virtualmente por todo el espectro social, de la sociedad civil palestina, pronto tendrá que lidiar con las fuerzas incontenibles de la irracionalidad y la violencia indiscriminada y sus devastadoras consecuencias.

Al parecer las actuales elites europeas están empeñadas en no oponerse nunca a Israel, sin importar los crímenes que cometa. Es como si el grito «Never again» (Nunca más) –cada vez más hipócrita– pronunciado por los supervivientes judíos del genocidio europeo, fuese adoptado ahora por las elites europeas con una diferencia: que se añaden las letras «s» y «t» al final «Never against» (Nunca en contra).

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