La perversión de la sensibilidad

Pablo Jato
Rebelión
27/03/08

En Londres, ciudad supuestamente civilizada, se ha censurado y retirado de la vía pública un cartel que anunciaba una exposición de Lucas Cranach el Viejo (1472-1553) en la Royal Academy of Arts, nada más prestigioso e intelectual. Un desnudo femenino rechazado por el Metro de Londres porque podía herir determinadas sensibilidades.

Según los moralistas expertos ingleses, el cuerpo desnudo de un ser humano es más hiriente para nuestra sensibilidad que las terribles noticias que nos llegan de Nepal, que las oscuras bombas que explotan en Irak. Un cuerpo femenino es más perverso que las corridas de toros, que a pesar de ser solo el vicio de una minoría en Europa, se permiten y se televisan en pleno horario infantil en España. Ninguna sensibilidad presenta denuncia.

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Parece ser más peligroso el cuadro de un cuerpo desnudo, que el de un cuerpo mutilado, hambriento o torturado, uno de esos que muchas ONG utilizan de forma chantajista para que les donemos dinero o apadrinemos un niño. Por un dólar, por un euro al año nuestra sensible conciencia se apacigua.

Podemos ver un cuerpo vestido de soldado pero eso no hiere la sensibilidad de nadie. Podemos ver un cuerpo vestido de naranja en los campos de concentración de Guantánamo, pero eso no molesta más que a Bush y a los suyos y no por la sensibilidad precisamente. Podemos ver cuerpos en guerra, con armas en las manos, cubiertos con pasamontañas, golpeados en el suelo, cuerpos de policías levantando los palos con odio contra inocentes, podemos ver a las víctimas diarias de cualquier atentado, a los políticos mintiendo y encubriendo todo tipo de corrupción… pero no podemos ver una simple obra de arte. No es moral un pecho femenino o un pene masculino, pero sí un AK 47.

Si el póster de la obra de arte fuera un misil nuclear, la reja de una cárcel o el símbolo Nazi del III Raich, la sensibilidad, la moralidad ni siquiera hubiera parpadeado.

Será que nuestro morbo, hambriento, acostumbrado al banquete diario de carne quemada por el Napalm no aguanta la dulzura del arte y la escupe con asco desmedido. ¿Será?

¿Qué es lo que hiere nuestra sensibilidad? ¿Existe un parámetro? ¿No son obscenas la publicidad de los coches de lujo justo al lado de los Homeless que duermen en las calles? esos pobres invisibles que ya no hieren la sensibilidad de nadie. Quizá si Carnach hubiera pintado homeless…
A estas alturas, el arte resulta no apto para todos los públicos. Deberíamos prohibir la entrada en los museos a los menores de edad, ya que en ellos hay montones de escenas de desnudos, inmorales y peligrosas. ¡Que se vayan a las corridas de toros!

La democracia obliga a la mitad de la población a vivir bajo las reglas de un gobierno elegido por la otra mitad, ¿por que no extrapolar esos valores al arte? Si son más aquellos que ven la obra con buenos ojos, entonces, aquellos que la ven con ojos lascivos y pecaminosos tendrán que doblegarse y vivir con la voluntad de la mayoría. Que miren para otro lado en vez de obligar a los demás a no poder mirar a ninguno.
Será que los políticos y los funcionarios no tienen ojos para las obras de arte. Será que los gobernantes tienen tanta perversión en sus corruptas mentes que ven pornografía en cualquier cosa, y vergüenza, pecado y lujuria en cualquier tipo de desnudo, ya sea del siglo XVI o del XXV. Y pretenden que todos veamos lo mismo, que veamos con sus acelajados ojos. Será que ellos no saben ver más allá, tan cultos y tan elevados, tan poderosos… Les da miedo un cuerpo desnudo.
Miremos todos hacia ese lugar al que nunca o casi nunca nos gusta mirar, a nosotros mismos, y quizá la sensibilidad recupere su sensatez. Por alguna razón preferimos no mirar de frente a la verdad.

Si todo esto sigue así, dentro de poco, muy poco, habrá una junta de nuevos dictadores moralistas que mirarán con lupa todo lo que tenga que ser visto y oído por las masas, para dar el visto bueno o que censuren. Serán los que decidan lo que mejor nos conviene a nosotros, los borregos de esta sociedad hipersensible. Un retroceso gigante, un paso atrás en el camino de la libertad, por el que se avanza con pasitos tan cortos.

Los borregos siguen siendo la carne de pastores hambrientos.

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