Banda de ladrones

Gilad Atzmon
Peacepalestine

Traducido para Rebelión por Manuel Talens
09/04/08

Los sionistas fanáticos y los islamófobos suelen citar estrofas mal traducidas y fuera de contexto del Corán con el fin de difamar colectivamente a los musulmanes y de presentar el islam como un sistema de creencias retrógrado y violento [1].

Huelga decir que, hasta la fecha, tales intentos han fracasado en su objetivo o incluso suelen producir el efecto contrario. Ni un solo político occidental, activista prosionista o estratega neocon ha logrado presentar pruebas concretas contra el islam. La razón es muy sencilla: por muy horrorosas que sean algunas de las atrocidades cometidas en nombre del islam y de la yihad, todas ellas fueron obra de células aisladas y radicalizadas. Según parece, harían falta más que unos pocos actos fortuitos para desprestigiar ante las masas de Occidente un sistema humanista de creencias universales e inculpar a sus mil millones de seguidores.

...Siga leyendo, haciendo click en el título...


Para lograrlo, se necesitarían argumentos más profundos, pruebas innegables y concluyentes que establecieran los vínculos entre un texto religioso, una infraestructura religiosa y unas masas de seguidores que actuasen en consecuencia y al margen de cualquier moral. Está claro que ese misterioso personaje creado por la CIA y que, según dicen, vive escondido en una cueva desde hace siete años, no es suficiente. Lo que brilla por su ausencia es el hilo conductor entre unos supuestos “versículos satánicos islámicos” y un grupo colectivo de fieles decididos a obedecerlos y a actuar de forma espantosa. Ni los sionistas ni los islamófobos han sido capaces de establecer dicho vínculo. Un imam radical en Londres no es suficiente, como tampoco lo son una traducción deliberadamente errónea de los discursos de Ahmadineyad o las imágenes repetitivas de las torres gemelas derribadas por aviones comerciales. En vez de incriminar al islam y a los musulmanes, las campañas de difamación promovidas por los siocons marginan a estos últimos al mostrar su verdadero rostro junto a los xenófobos más radicales y fanáticos de Occidente.

Dado que los neocons y el sionismo mundial no dan una en el clavo respecto a su objetivo principal, que es la incriminación colectiva de los musulmanes, he decidido consagrar este artículo a una causa pedagógica: voy a ofrecerles un curso acelerado de retórica. Trataré de enseñarles, paso a paso, cómo se argumenta un caso real basándose en el hilo conductor que vincula las Sagradas Escrituras con una despiadada barbarie colectiva.

Como supongo que los sionistas (judíos o cristianos) y los neocons están familiarizados con el Antiguo Testamento (y lo están de manera inversamente proporcional a sus conocimientos del Corán), me centraré en un breve fragmento de la Torá [2], el cual me permitirá analizar la actual cultura de la rapiña siocon a la luz de las enseñanzas judaicas y de la promesa de Yavé, el dios judeocristiano. Los versículos que siguen forman parte de una arenga de Moisés al pueblo judío mientras lo guiaba a “su tierra prometida”: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. (Deuteronomio 6, 4).

Teniendo en cuenta la enorme cantidad de gente que anda por ahí buscando amor, no me atrevería a criticar al dios de los judíos por hacer lo mismo, pues tiene derecho a exigir el amor de su pueblo elegido y, además, es lo bastante amable como para prometerle algo a cambio. Veamos: Cuando el Señor, tu Dios, te lleve a la tierra que te dará, porque así lo juró a tus padres, a Abrahán, a Isaac y a Jacob –a una tierra con ciudades grandes y prósperas que tú no construiste; a casas colmadas de toda clase de bienes que tú no acumulaste; a pozos que tú no perforaste; a viñedos y olivares que tú no plantaste– y cuando comas hasta saciarte…” (Deuteronomio 6, 10-11, la letra negrita es del autor).

Estos versículos del Antiguo Testamento podrían servir como la prueba más simplista y al mismo tiempo más sólida y eficaz de la existencia de Dios, pues de acuerdo con las palabras de la Biblia, Dios se las ha arreglado para cumplir su promesa: llevó a su pueblo elegido a la tierra de la leche y la miel y le permitió vivir en ciudades que no había construido y beber el agua de pozos que no había perforado. Está claro que el Señor no abandonó a su pueblo, pues unos milenios después de lo que narra el Deuteronomio –en 1947–el dios de los judíos sacó provecho de su poder y puso de rodillas a las naciones para que vieran la luz y votasen voluntariamente a favor de una partición de Palestina, preconizada por Naciones Unidas, error incorregible que legalizó la inmoralidad de que los nuevos israelitas –ahora llamados israelíes– vivan en ciudades que no construyeron y beban el agua de los pozos que no perforaron. Si todavía quedan dudas sobre la existencia del dios de los judíos, lo anterior debería ser suficiente para hacerlas desaparecer.

Dicho lo cual, resulta bastante obvio y bochornoso constatar que el dios de los judíos que Moisés presenta en el Deuteronomio es malvado e inmoral, un dios que conduce a su pueblo al saqueo, a la rapiña y al robo. Podría alegarse que hay muchas maneras de afrontar esta idea negativa del Todopoderoso. En el plano literario, se puede sugerir que estos versículos son sólo dos líneas aisladas en un texto gigantesco y bienintencionado que ofrece reflexiones universales fundamentales. En el plano contextual, podría argüirse que no fue Dios quien le hablaba a su pueblo elegido, sino Moisés, y que éste no transmitió el verdadero mensaje de Dios, es decir, que Moisés se equivocó o bien que atribuyó a Dios su propio mensaje. Pero aunque haya muchas maneras de absolver al dios de los judíos de la acusación de ser el logos que subyace al saqueo israelí contemporáneo, lo que no resulta nada fácil es absolver a los sionistas de ser ladrones y saqueadores, sobre todo a la luz de su herencia espiritual, cultural y religiosa. Dicho en pocas palabras, es imposible no ver el hilo conductor que vincula los versículos 10 y 11 del Capítulo 6 del Deuteronomio con el crimen que el Estado sionista ha cometido contra el pueblo palestino en nombre del pueblo judío.

No cabe duda de que Moisés, sus contemporáneos y sus actuales seguidores sionistas estaban y están muy entusiasmados ante las posibilidades que les ofrecía la tierra de la leche y la miel. Israel, el Estado judío, ha puesto en práctica la arenga de Moisés. La limpieza étnica del pueblo palestino que tuvo lugar en 1948 convierte los versículos 10 y 11 del Capítulo 6 del Deuteronomio en una profecía hecha realidad. Los israelíes roban cotidianamente a los palestinos sus tierras, sus ciudades, sus pueblos, sus campos, sus huertos y sus pozos. De hecho, este robo no ha cesado desde hace más de un siglo.

Durante los últimos sesenta años, la incitación al robo que hizo Moisés ha sido praxis legal. El saqueo israelí de ciudades, casas, campos y pozos palestinos se incrustó en el sistema jurídico israelí. Ya en 1950-1951 los legisladores de Israel aprobaron la Ley sobre la propiedad del ausentista, texto racialmente orientado que se formula para impedir que los palestinos regresen a sus tierras, a sus ciudades y a sus pueblos. Esa ley permite que los nuevos israelitas vivan en casas y ciudades que no construyeron.

El incesante robo israelí a Palestina en nombre del pueblo judío establece un espantoso vínculo espiritual, ideológico, cultural y, más que nada, práctico entre la Torá y el proyecto sionista. El quid de la cuestión es al mismo tiempo simple y perturbador: Israel y el sionismo son sistemas políticos que ponen en práctica el saqueo prometido por el dios de los judíos en las Sagradas Escrituras.

Parece evidente que el fracaso repetitivo de sionistas y neocons a la hora de difamar el islam y a los musulmanes no es más que una banal proyección [3]. Los sionistas y los neocons son conscientes del carácter inmoral de la herencia espiritual y religiosa judía que maduró en el saqueo sionista y tratan estúpidamente de proyectar dicha inmoralidad sobre el islam y los musulmanes. La lectura de la arenga discursiva de Moisés nos permite constatar que el proyecto nacionalista judío, apoyado por la mayoría de las instituciones judías de todo el mundo, tiene como objetivo el saqueo de los palestinos de acuerdo con una herencia cultural y religiosa abrumadoramente documentada en la Biblia de los judíos.

Pero no hay que olvidar que no todos los judíos siguen las palabras de la Torá. Muchos de ellos ni siquiera conocen el texto bíblico o su contenido. Algunos incluso alegarían que no se debe olvidar el Bund y su herencia progresista, laica y cosmopolita, que aún inspira a una docena de entusiastas judíos marxistas en el mundo [4]. De hecho, hemos de admitir que, aparte de los poquísimos bundistas que no inmigraron a Israel después de la Segunda guerra mundial, media docena de ellos no están de acuerdo ni con Israel ni con el sionismo ni con el robo de Palestina, lo cual es sin duda un motivo de alegría. Sin embargo, los bundistas creen que en vez de robar a los palestinos deberíamos agruparnos y robar a los ricos, a los adinerados y a los poderosos, y ello en nombre de la revolución de la clase obrera. He aquí el llamamiento a la acción de la “Promesa solemne” del Himno del Bund:

Juramos que seguimos odiando
A quienes roban y matan a los pobres:
El zar, los amos, los capitalistas.
Nuestra venganza será rápida y notoria.
¡Juramos vivir o morir juntos!

De lo cual se desprende que, para el discurso progresista, robar a los ricos, confiscar sus casas y apoderarse de su riqueza es un acto ético. Cuando yo era un joven revolucionario tomé parte en algunas manifestaciones. Estaba dispuesto a empuñar mi espada y salir a la búsqueda de un zar, de un capitalista o de cualquier otro enemigo que se cruzase en mi camino. Pero, luego, ocurrió lo inevitable: crecí. Me di cuenta de que una venganza así, contra toda una clase de goyim adinerados [5], no es más que la prolongación del discurso de Moisés en el Deuteronomio.

El robo no puede ser la manera de avanzar. Ya se trate de palestinos, de iraquíes, de la banca mundial o incluso del propio zar, el robo implica un rechazo categórico del Otro. Por eso, cualquier avance debe basarse en la rectitud moral. El robo y el saqueo se contradicen con la noción de igualdad humana. Por desgracia, hemos de admitir que el saqueo –espoleado por el odio– de los bienes de los demás está asentado en el discurso político sionista, tanto de la izquierda como de la derecha. El nacionalista judío roba Palestina en nombre del derecho a la autodeterminación y el progresista judío roba a la clase dominante e incluso al capital internacional en nombre de la revolución de la clase obrera mundial. Yo prefiero mantenerme al margen de eso.

Conclusión

Si los neocons y los sionistas están de verdad interesados en difamar el islam y a los musulmanes, lo que han de hacer es una exégesis similar a esta que acabo de presentar, pero del Corán, en la que demuestren que unos supuestos versículos satánicos se han convertido en la praxis inmoral de una colectividad concreta.

Dada la creciente influencia del Antiguo Testamento sobre el discurso político usamericano a causa del aumento de la popularidad del fundamentalismo cristiano en USA, la noción de un dios ladrón puede ayudarnos a comprender la conducta de ese país en Iraq y Afganistán, es decir, la actitud depredadora de los autores del documento “Project for the New American Century”.

Más aún, la problemática lectura que del dios de los judíos ofrece el Deuteronomio (6, 10-11) y su absoluto desprecio del Otro hacen que resplandezcan las palabras de Jesús: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22, 39). Ése es el ingrediente exacto que le falta al discurso de Moisés que se ha convertido en praxis sionista. El amor al prójimo es también lo que le falta a los asuntos anglo-usamericanos contemporáneos. La fraternidad humana es lo que le falta al nacionalismo judío, tanto de izquierda como de derecha. Si los sionistas aceptasen la fraternidad, aceptarían el Derecho al Retorno de los palestinos. Si los judíos marxistas y cosmopolitas aceptasen la noción de fraternidad, abandonarían sus estandartes exclusivos y se convertirían en seres humanos ordinarios, como todos los demás.



Notas del traductor

[1] Véase la película Fitna (http://www.themoviefitna.com/), del parlamentario holandés Geert Wilders (2008), que es una sucesión de imágenes de archivo en la que el montaje asocia por contigüidad diversos versículos del Corán sobreimpresos en la pantalla con actos terroristas perpetrados por islamistas radicales. La intencionalidad antiislámica de la película es un claro ejemplo de manipulación maniquea.

[2] El judaísmo y el cristianismo proceden de un tronco literario común. La Biblia cristiana y la Biblia judía (denominada Torá) comparten todos los libros incluidos en el Antiguo Testamento. Jesús, nacido de padres judíos y él mismo judío, se separó de su grupo étnico y dio lugar al cisma del cristianismo, cuya base literaria es el Nuevo Testamento, ya ajeno a la religión judía, de la cual procede en línea directa. Los versículos aquí citados por Gilad Atzmon se encuentran en el Deuteronomio, uno de los libros del Antiguo Testamento, por lo que el lector puede consultarlos en cualquier Biblia, ya sea cristiana o judía. Por su parte, la figura de Jesús aparece también –pero no como Hijo de Dios, sino como un profeta entre otros– en el Corán, el cual a su vez es la base literaria del islam, religión posterior surgida en el mismo entorno geográfico. El saludable laicismo actual de nuestras sociedades occidentales judeocristianas ha tenido como contrapartida negativa la ignorancia cada vez más absoluta y generalizada de los textos bíblicos fundacionales, imprescindibles para entender la idiosincrasia cultural de Occidente. Una cosa era la necesidad de rechazar el carácter mágico de la religión, propio de sociedades anteriores a la era racionalista y científica, y otra muy distinta ha sido sumir en el olvido esos libros venerables, que se mantienen a día de hoy como monumentos literarios inmarcesibles junto a las obras más sublimes del género humano, ya se trate de Homero, Virgilio, Shakespeare, Cervantes, Joyce o Proust.

[3] Aquí Atzmon utiliza la palabra proyección en su sentido psicoanalítico, campo que lo define como un mecanismo de defensa por el que el sujeto atribuye a otras personas sus propios motivos, deseos o emociones. Es una forma de ocultación involuntaria e inconsciente de la vida psíquica del sujeto como consecuencia de la presión del superyó, que sanciona como incorrectos el contenido psíquico o los temores y frustraciones. Su valor como estrategia inconsciente para salvaguardar la seguridad de la persona es limitado y puede dar lugar a comportamientos poco adaptados, que dificultan la convivencia. Véase: http://www.e-torredebabel.com/Psicologia/Vocabulario/Proyeccion.htm.

[4] Véase el texto más reciente de Gilad Atzmon: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=65284.

[5] Goyim, término despectivo del yiddish que describe a las personas que no son judías.

0 comentarios: