Nacionalizar la Reserva Federal e informe sobre la oligarquía bancaria de los EEUU

Jorge Gómez Barata
Entorno/ Cubarte/inSurGente
04/04/08

Andrew Jackson, fue el presidente que como parte de la polémica con la banca de su país ordenó el cierre del segundo Banco Central de los Estados Unidos. Fue el primero en ser atacado a balazos. Abrahan Lincoln el primero que, a cuenta del gobierno imprimió dinero para financiar los gastos del Estado, fue asesinado y John F. Kennedy, que decretó el desmantelamiento de la Reserva Federal fue baleado en Dallas.

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Todo comenzó cuando la Constitución norteamericana asignó al Congreso la prerrogativa de “acuñar el dinero” sin definir cómo lo haría, con cuáles fondos y sin que existiera una institución encargada de hacerlo. La iniciativa privada llenó el vacío. En 1781, con oro prestado por Francia, Robert Morris fundó el Primer Banco de América del Norte que emitió y prestó dinero en demasía, incluso al gobierno y que en 1785 quebró.

En 1791, Alexander Hamilton, Secretario del Tesoro, autorizó a capitalistas europeos a instalar lo que se llamó el “Banco de los Estados Unidos” (Primero) en el cual el gobierno adquirió el 20 por ciento de las acciones. Veinte años después, en 1911, el presidente James Madison no renovó la licencia y el banco cerró.

En 1836 se organizó el segundo Banco de los Estados Unidos que llegó a controlar el 30 % de los depósitos del país. Semejante concentración de dinero y de poder, aterró al presidente Andrew Jackson que decretó el cierre.

La evidente contradicción se derivaba de un problema estructural del capitalismo, probablemente insoluble: en la práctica liberal es inadmisible que el gobierno cree dinero y, por otra parte, la clase política no puede aceptar que lo hagan los bancos privados y que disfruten del poder que ello otorga. En Estados Unidos durante décadas, el impasse fue llenado por la “Banca Libre”.

En 1863, cuando necesitó grandes sumas de dinero para financiar la guerra civil y la banca privada le impuso intereses leoninos, Lincoln uso sus prerrogativas constitucionales y mandó a imprimir mil millones de “greenbacks”, dólares, impresos con tinta verde. Los liberales quedaron espantados: Si el gobierno puede crear dinero…el gobierno tendrá todo el dinero que quiera. Lincoln fue asesinado el 14 de abril de 1865 y los greenbacks, retirados de la circulación.

En 1900 por ley se fijó el dólar de oro como patrón monetario de Estados Unidos. Desde entonces, de acuerdo con las reservas en su Tesorería, el Departamento del Tesoro acuñaba dinero. De hecho el gasto del gobierno estaba limitado por sus ingresos. El sistema era bueno, pero no para un imperio en expansión.

No obstante, favorecidos por la austeridad implícita en la política aislacionista y por un largo y sostenido período de prosperidad, el sistema avanzó sin que por ello el problema estructural fuera resuelto. Un gobierno que gasta inútilmente más de lo que ingresa, se endeuda y arrastra consigo a los ciudadanos.

La ambigüedad constitucional, las presiones de la banca privada y el temor a que el gobierno, al controlar la creación de dinero adquiriera un poder desmesurado, provocaron frecuentes crisis bancarias entre ellas la de 1907 que llevó al Congreso a la creación de la Comisión Monetaria Nacional encargada de reformar el sistema.

Como parte de los trabajos de la Comisión, en 1910, en el más absoluto secreto, en la isla de Jeckyll, se celebró una reunión con los representantes de los siete bancos más grandes de los Estados Unidos. En el conclave se redactó el borrador de lo que en 1913 sería una ley de dudosa constitucionalidad, aprobada por un Comité de Conferencia cuando la mayoría del Congreso disfrutaba de vacaciones. En secreto, sin debate público, fue creado el Sistema de la Reserva Federal que significó la privatización del proceso de creación del dinero que la Constitución atribuyó al Congreso.

Todavía muchos norteamericanos creen que la Reserva Federal es un organismo gubernamental cuando en realidad se trata de un cartel de doce bancos privados a los que la ley les ha otorgado el derecho a crear el papel moneda de los Estados Unidos.

El sistema funciona de la siguiente manera: Cada cierto tiempo, para cubrir sus necesidades y las del país en su conjunto, en nombre de la Nación, el Departamento del Tesoro pide a la Reserva Federal que imprima la cantidad de dinero necesaria.

La Reserva Federal ejecuta el pedido, entrega lo solicitado por el gobierno y presta a los bancos del sistema que, a su vez lo prestan a otros bancos, a los inversionistas y al público en general. En cada paso del proceso los bancos que integran el sistema cobran los respectivos intereses.

Los intereses que el gobierno debe pagar por el dinero recibido de la Reserva Federal son cancelados a cuenta de los ingresos obtenidos por el impuesto sobre la renta. De ese modo, el pueblo paga a la banca privada los intereses por el dinero que el gobierno gasta.

En el ambiente de reformas que caracterizó su efímero mandato, el presidente Kennedy se propuso poner fin a tan absurdo y oneroso sistema y mediante la Orden Ejecutiva 11110 del cuatro de junio de 1963, ordenó al Departamento del Tesoro asumir la función de emitir el dinero respaldándolo con las reservas de plata existentes en la Tesorería. Los “billetes de Kennedy” salieron a la calle.

Para algunos la osadía le costó la vida. Muerto Kennedy, su sucesor, Lyndon B. Jonson, anuló la orden ejecutiva. Los billetes con sello rojo fueron retirados de la circulación y raras veces se les encuentra en los museos numismáticos.


Los Bancos Centrales: La Otra Oligarquía


Jorge Gómez Barata
Koeyu/inSurGente
04/04/08

En Estados Unidos un representante se elige por cuatro años, un senador por ocho y el presidente por cuatro, pudiendo ser reelegido una vez. El presidente de la Reserva Federal es designado, puede permanecer 14 años en el cargo y no rinde cuentas de su gestión ante ningún organismo político. Todo ello en democracia.

A lo largo de 41 años, desde 1776 hasta 1817, los Estados Unidos fueron gobernados por los líderes históricos de la Revolución. James Madison fue el último de los “históricos” y James Monroe el primero de la segunda generación. George Washington, el primer presidente tuvo en su gabinete a tres de sus sucesores.

Aquellos lideres, brillantes y avisados, redactaron la Declaración de Independencia, la Constitución y las primeras 15 Enmiendas, efectuaron las elecciones, condujeron la formación de los primeros congresos, nombraron a los primeros jueces para el Tribunal Supremo y trataron de dar un perfil republicano a su país.

Conocedores del papel de la metrópolis colonial y del carácter de rapiña de sus instituciones las rechazaron, no sólo en su forma sino principalmente en su contenido. Ni una sola de las nuevas instituciones se pareció a las británicas. En lugar de un rey, eligieron un presidente que no habitó en un lujoso palacio sino en una Casa Blanca y al frente de las fuerzas armadas en lugar de a un general colocaron a un civil. Con especial énfasis rechazaron el modo inglés de conducir la economía y sus prácticas bancarias.

Benjamín Franklin, uno de los precursores de la Nación y el más veterano de los redactores de la Constitución, tarea que cumplió teniendo 80 años, sostuvo que más que contra el rey, la Revolución Norteamericana se realizó contra el Banco de Inglaterra, del que el rey Jorge VI era accionista, que estuvo a punto de arruinarlas al lograr que en 1764, mediante el Acta de Divisas, se prohibiera a las colonias crear su propio dinero.

En el examen de las relaciones de Inglaterra con sus colonias no se puede obviar el hecho de que mientras la colonización iberoamericana fue una actividad estatal, financiada y regida por las coronas de España y Portugal, la de América del Norte fue una empresa privada en la que el rey también era accionista.

A diferencia de las autoridades coloniales españolas que eran empleados de la Corona y en su nombre saqueaban el Continente y cargaban flotas enteras con lingotes de oro y plata, el gobierno inglés que lidiaba con verdaderos colonos, empresarios que no le debían obediencia, se vio obligado a diseñar un saqueo más sofisticado, basado en impuestos, sellos, restricciones comerciales y sobre todo, mediante el control de la emisión de la moneda.

Desde cualquier punto de vista que se le considere, el hecho de que durante más de 130 años los mandatarios norteamericanos se hayan negado a aceptar la existencia de una banca central y otorgarle la facultad para crear el dinero, evidencia un rechazo basado en la creencia de que semejante institución no es de bien público.

El hecho de que en 1913, bajo la administración de Woodrow Wilson, los magnates de las finanzas norteamericanas, hayan tenido que acudir a conspiraciones y prácticas fraudulentas para hacer aprobar la creación de la Reserva Federal indica que algo sucio se escondía tras un proyecto que resulta insólito.

Toda la mística de la democracia es desmentida cuando la gente se entere de que el sistema capitalista, presumiblemente basado en la voluntad ciudadana expresada mediante el sufragio y las elecciones, pone en manos privadas las finanzas públicas, en primer lugar, la emisión de dinero.
Lo más grave no es que Estados Unidos haya adoptado un sistema antidemocrático para administrar las finanzas nacionales, sino que ese sistema, como si fuera el mejor de los modelos, se haya propagado por el mundo dando a los bancos centrales un poder ilegitimo y totalmente desproporcionado, sobre todo una independencia que los hace inmunes al control social.
Tal vez muchos europeos no sepan, porque nadie se lo ha explicado exhaustivamente que el Tratado de Maastricht, que creó la Unión Europea, prohíbe al Banco Central Europeo aceptar órdenes o sugerencias del poder político. De hecho toda la política monetaria europea es regida por una Junta de Gobernadores de un banco que es una mega corporación de bancos privados.
La idea de mantener las manos del gobierno lejos del dinero no es una mala idea, pero dejar a los países a merced de una banca privada, ajena a todo control de la sociedad, parece peor.
El círculo parece cerrarse cuando en el umbral de una crisis monetaria y financiera de proporciones devastadoras amenaza al mundo, lo único que se le ocurre al gobierno de los Estados Unidos es elaborar un programa que amplía a la potestad de la Reserva Federal. Ese mundo tiene derecho a saber que en parte, su destino depende de un grupo de inescrupulosos banqueros por quines nadie ha votado y muchos nadie ni siquiera conoce.
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Reserva Federal: La Victoria del Dinero


Jorge Gómez Barata

Para impedir que el “poder” prevaleciera sobre la sociedad, los creadores de la doctrina liberal trataron de separar la iglesia y la economía del Estado, de modo que la fe y el dinero no interfirieran con la cosa pública y la fragmentaron en esferas a las que llamaron “poderes”, que al interactuar entre si debieron conducir al “buen gobierno”.

La idea fue tan buena que todos la adoptaron, el laicismo arraigó, el sector privado se tornó dominante y el concepto republicano se universalizó. Desde entonces, ninguna sociedad prescinde del sufragio, de las elecciones y de los parlamentos y la independencia del poder judicial disfruta de los mejores auspicios. La mala noticia fue que los capitalistas y la oligarquía financiera lo entendieron de modo diferente.

Los preceptos sobre la libertad fueron tergiversados para, entre otras aberraciones, establecer la “libertad” de explotar el trabajo ajeno, acumular riquezas por medio de la usura, esclavizar negros y saquear países.

Como parte de las percepciones individuales y de las contradicciones del sistema, varios presidentes norteamericanos: Madison, Jackson, Teodoro Roosevelt, Wilson, Franklin D. Roosevelt y JFK, por diferentes razones, se enfrentaron a algunas de aquellas deformaciones e intentaron corregirlas. Los hubo opuestos a la esclavitud y a la segregación, otros trataron de vincular el Estado a la economía, abogaron por regulaciones e incluso incoaron procesos contra los monopolios y los carteles bancarios, sin poder evitar el surgimiento de las oligarquías y de las corporaciones. El abuso de la libertad prevaleció sobre la libertad.

Debido a imperfecciones estructurales, el capitalismo liberal no logra congeniar la idea de mantener al gobierno al margen de las finanzas públicas, y a la vez evitar que sean controladas por la banca privada. Debido a esa contradicción, probablemente insoluble, en 130 años en Estados Unidos hubo tres intentos de crear un banco central y ninguno sobrevivió.

No obstante, las dificultades que aquel entuerto generaba para la economía y las políticas monetarias, el país se desarrolló satisfactoriamente favorecido por el federalismo, la austeridad propia de la época y la política de aislacionismo del Estado norteamericano. Originalmente la burocracia era mínima, el gasto militar moderado y hasta el New deal, las políticas benefactoras no existían. El gobierno gastaba poco y no requería de mucho dinero.

Esas circunstancias cambiaron cuando se desató la Guerra Civil y Lincoln necesitó grandes sumas para financiar el esfuerzo bélico. El presidente acudió a la banca privada que fijó intereses leoninos. Usando la atribución constitucional que concede al Congreso la facultad de crear el dinero, ordenó imprimir $450.00 millones de dólares.

Según se afirma, los banqueros se dieron a la tarea de financiar la elección de senadores y representantes contrarios a la política monetaria de Lincoln, hasta que en 1863 lograron que el Congreso dictara el Acta Nacional Bancaria que restableció el precepto de que el dinero tenía que ser emitido por bancos privados.

La reforma monetaria de 1863 fue el inicio del proceso por el que la banca privada ganó espacios, llegando a 1913 cuando, mediante dudosas y poco transparentes maniobras, a espaldas de la opinión pública logró que se aprobara la ley que creó la Reserva Federal y privatizó el mecanismo de creación del dinero en los Estados Unidos.

Más tarde, en el ambiente de reformas que caracterizó su efímero mandato, Kennedy se propuso poner fin a tan oneroso sistema e hizo lo mismo que Lincoln, mediante la Orden Ejecutiva 11110, ignorando a la Reserva Federal, instruyó al Departamento del Tesoro para imprimir el dinero. Como el otro, no sobrevivió al empeño.

La Reserva Federal no es un banco, ni un cartel de bancos, sino un sistema, un modo de funcionar, cuyo núcleo está constituido por 12 grandes bancos privados con licencia para operar en todo el territorio norteamericano y decenas de otros bancos asociados, que fueron facultados por la ley para crear el papel moneda de los Estados Unidos, abastecer de dinero al gobierno, prestar a los bancos el dinero que necesitan y, mediante operaciones de compraventa de divisas y control de la emisión, mantener la estabilidad de la divisa norteamericana.

Por esa gestión, es decir por prestar un dinero que han creado de la nada, en una operación en la que no arriesgan ni un centavo de sus fondos ni gastan un dólar, los bancos de la Reserva Federal cobran intereses, no sólo a los otros bancos, sino al gobierno que es su principal cliente.

Todavía, en 1982, al amparo de las leyes anti trust vigentes desde la época de Franklin D. Roosevelt, cuyo tío Frederic Delano fue el primer presidente de la Reserva Federal, en un proceso conocido como: Lewis contra Estados Unidos, se enjuició a la Reserva Federal, que fue exonerada cuando la Corte admitió lo que todos saben: "Cada Banco de la Reserva Federal es una corporación aparte y es propiedad de los bancos comerciales en su región…”

La estafa alcanza niveles de virtuosismo cuando se descubre que la opinión pública norteamericana, sus élites pensantes y calificados expertos de muchos países, creen que la política monetaria norteamericana, con efecto a escala mundial, es diseñada y conducida por las autoridades políticas electas, cuando la verdad es que está en manos de una manga de usureros que, en connivencia con políticos corruptos, usurpan el poder que la Constitución otorgó al Congreso.

De hecho, el Congreso ha podido otorgar a Bush sus irracionales pedidos de dinero para sus absurdas guerras, porque el dinero existe: la Reserva Federal, que no es controlada por el legislativo, no rinde cuentas, opera sin transparencia, carece de presupuesto y no se subordina a nadie, lo crea… de la nada.

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