Hambre

Hermann Bellinghausen
La Jornada
05/05/08

1. Nada cuesta más caro que ser pobre. Pregúntele a cualquier verdadero pobre. Ésa es una de las lindezas del capitalismo universal y rampante que, dicen, está en crisis, peligra de recesión, anuncia su propio coco económico. Pero en brutal efecto mariposa, fenómenos como la crisis inmobiliaria de Estados Unidos corren parejos al hambre de millones de personas en Haití. Los estadunidenses en crisis comen más hamburguesas, por la ansiedad de la guerra y las hipotecas, y porque son baratas. Migrantes y pobres engordan en McDonalds y Burger King.

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Supongamos que es el año 2008. El agua y la comida, únicos verdaderos problemas de la especie humana, escasean o desaparecen en grandes extensiones territoriales. Hay un mundo de ricos, bastante extendido, donde jamás se enteran de que en Tailandia y Filipinas los graneros de arroz son vigilados por las fuerzas armadas para prevenir los asaltos de hambrientos o traficantes.

Un mundo “de mercado libre” que, programáticamente, a los productores los ha degradado a consumidores, y la clase trabajadora sostiene a los ricos no sólo con su esfuerzo, sino consumiendo lo que los patrones venden. El mundo global del siglo XXI es una gran tienda de raya.

2. Hay lugares de Australia, Asia central, Perú y San Luis Potosí donde hace 10 años no llueve. 10 años. La gente tiende a irse, o morirse.

3. La metáfora última del hambre contremporánea es la pica de Haití. Literalmente, son pastelitos de lodo. Galletas a base de un barro amarillo que proviene de la meseta central de la isla. En los slums de Ciudad del Sol se mezcla con sal y grasa vegetal. Llena la barriga pero no impide la desnutrición ni los dolores intestinales, transmite parásitos y posee toxinas potencialmente mortales. En un país donde millones no producen, ni conocen el dinero, los pobres necesitan pagar hasta por comer tierra. Ahora que es “comestible”, ya encontró dueños, acaparadores y distribuidores para el último peldaño social del planeta. Y los precios de esa arcilla no dejan de subir. Cuesta ya 5 céntimos cada galleta. Más barata que la comida, pero muchos ni siquiera eso pueden pagar.

La isla caribeña, además de tener playas de ensueño turístico y ron de lujo, es “vivo ejemplo del hambre en el mundo”, según Stephen Lendman, investigador del Centro para Investigaciones sobre la Globalización (Chicago). Ni modo, podría decirse.

México no es Haití. Para nada. ¿Quién dice? Ja. Ningún indicador. Además, ojo, aquí-se-combate-a-la-pobreza. El actual gobierno, al igual que el anterior, y el anterior, y el anterior, ha puesto en marcha una decidida estrategia de combate. Como de costumbre se anuncia frontal, implacable, sin dar cuartel ni escatimar recursos. No queda claro si es contra la pobreza o contra los pobres. Desde las anteojeras del poder no son fáciles de distinguir.

El insultante número de ricos que “tenemos” en México, y los tamaños de “su” riqueza, se deben a su capacidad de expoliación, explotación, venta del territorio y lo que lleva incluido. Esa capacidad ilimitada de hacer dinero produce el paradójico efecto de convertir tan rica nación en la más desigual y con más pobres sin horizonte en el continente. Después de Haití.

El nuevo combate a la pobreza establece por ejemplo que los pescadores dejen de pescar; que la gente que come maíz, que es de maíz, deje de cultivarlo. Que compren el maíz, el pescado. Desaparecen la producción y las fuentes de trabajo, y crece la necesidad de dinero. En vista de que dinero y trabajo son necesarios, la gente migra. Para fines presupuestales y demográficos, esa gente también desaparece.

Cada pobre que emigra es un pobre menos. Y además, ¡oh maravilla de capitalismo!, como migrante genera divisas, fortalece la economía del país donde ya no existe y su dinero va a dar a los bolsillos de los que lo echaron del país. Negocio redondo.

Por eso, ¡duro con la pobreza! Vamos a combatirla de una vez por todas. Aunque, un momento (“aguarda”, como dicen las series dobladas de televisión). Se necesita que haya pobres. Su hambre es motor del progreso. Sin ellos ¿quién comprará? ¿Quién pagará los platos rotos? ¿Cómo se mantendría la fenomenal industria que es combatirlos?

Su hambre es el nuevo gran negocio. Igual que los rentabilísimos desastres, el secreto es provocarla, administrarla y combatirla. Ya no sólo el petróleo, las armas y los diamantes valen oro. Ahora el agua, el aire, el lodo. Y el último grito de la moda: el hambre.

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