Nuestro patrimonio cultural

Reham Alhelsi
Palestine Think Tank
Traducido por Nadia Hasan y revisado por Caty R.
14/05/08

Mientras en todo el mundo los palestinos conmemoran la Nakba y 60 años de limpieza étnica ininterrumpida, asesinatos y apartheid por parte del sionismo, hay un aspecto de nuestra identidad palestina que ha sobrevivido a pesar de todos los intentos sionistas de eliminación: nuestro patrimonio cultural. El patrimonio cultural palestino está lleno de canciones populares, poesía, refranes, historias, artesanía y otras expresiones folclóricas. Estos son los puentes que conectan a las generaciones y unen a los palestinos de todo el mundo, vinculándonos y formando nuestra identidad cultural.

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Mirando hacia atrás, pienso en mis dos abuelas (que Dios dé descanso a sus almas). Ambas sobrevivieron a la Nakba y fueron testigos de ella, cada una a su modo. Mi abuela paterna proviene de una familia beduina y vivió a las afueras de Jerusalén. Cuando se enteraron de los ataques sionistas en otras partes de Palestina, los hombres fueron a defender sus casas mientras las mujeres se reunieron con los niños y buscaron refugio en las cuevas cercanas. Años después mi padre, que era un niño en la época de la Nakba, nos llevó, a los niños, a conocer esas cuevas y nos contó acerca de la vida cotidiana de aquellos días.

Recuerdo que miré a mi alrededor escudriñando los huecos y pensando que si tuviéramos nuestro propio estado, ese lugar se habría convertido en un museo. Los rastros de las personas que vivieron ahí y las huellas de su vida cotidiana seguían siendo visibles en el momento de nuestra visita. Debo mencionar que estas cuevas estaban ubicadas en un área destinada a campos de olivos. No había casas en las cercanías y tuvimos que caminar largas distancias para llegar a ellas. Años después, antes de abandonar Palestina, una de las cosas que quise hacer antes de partir fue ir a visitar de nuevo el lugar. Fuimos allí pero sólo para una corta visita. Nos quedamos en el bosquecillo de olivos pero no nos acercamos a las cuevas. Había asentamientos sionistas ilegales en los alrededores y sabíamos que nos observaban y que nos dispararían si nos acercábamos. Hace un par de años, cuando volví a casa de visita, tenía muchas ganas de ver de nuevo los campos, pero ya no estaban ahí. La tierra y los campos de olivos habían sido confiscados. Me pregunto si las cuevas seguirán ahí…

Hace muchos años, mi abuela solía contarnos historias que ella había escuchado de niña. Historias de una bruja o un monstruo (ghuleh, en árabe) que solía atormentar a las personas buenas. Estas eran personas simples, que continuaban con su rutina, trabajando duro para ganarse el pan de cada día. Los niños estarían jugando afuera en los campos, bajo el sol y los ghuleh vendrían, secuestrarían a sus hijos y nunca volverían a verlos. No recuerdo los detalles con exactitud, pero sí recuero un hecho: si alguien se encuentra con el ghuleh, lo mejor que puede hacer es trepar un árbol y estará a salvo. Mientras escribo esto tengo una imagen visual de ese árbol frente a mí. Es un árbol que se halla en los campos cercanos a mi casa, próximo a una cueva. Solíamos jugar allí cuando éramos niños y la cueva estaba tan bien escondida que debía de ser la casa del ghuleh. ¡Y el árbol estaba tan cerca, que tenía que ser esa la casa! El hecho es que el ghuleh nos ha acompañado durante todos estos 60 años acechándonos, haciéndonos sufrir y asesinando a nuestros niños. Pero mi abuela era una anciana inteligente, ella siempre terminaba el cuento diciéndonos que un día los niños que quedaban se mantuvieron firmes, miraron la causa de su miedo a los ojos y decidieron que era el momento de actuar. ¡Fueron a la cueva y comenzaron a tirarle piedras al ghuleh hasta que cayó muerto! Así que al final fueron los niños los que tuvieron la llave de la salvación de sus familias y sus hogares.

Mi otra abuela proviene de una familia de simples pero orgullosos campesinos. Tenían mucha tierra en una pequeña aldea llamada Jrash. Nunca he estado en Jrash y lo único que sé es lo que he escuchado de mi abuela. Jrash fue destruida completamente por el sexto batallón israelí de la Brigada Harel en la operación ha-Har que lo limpió étnicamente de sus habitantes en su totalidad. Los obligaron a marcharse y deambularon durante algún tiempo por las colinas. Después se trasladaron a una zona cercana a Belén donde las Naciones Unidas dispuso las bases para un campamento de refugiados: el campamento de refugiados de Dheisheh.

Mi abuela solía describir Jrash como una aldea con verdes praderas y colinas que se prolongaban hasta donde los ojos podían ver, con árboles frutales, principalmente almendros, higueras, olivos, algarrobos y cactus que crecían por todas partes. Junto a los muros de piedra los cactus formaban una especie de límite que indicaba la tierra que pertenecía a cada familia. Mi abuela solía hablar de los meses de cosecha. «Nuestra familia tenía vastas extensiones de tierra», decía con tristeza mientras describía las praderas bañadas por el sol, hombres y mujeres trabajando codo con codo, hablando y riendo, qué duro trabajaban y qué felices eran. «Éramos muy felices». A menudo repetía esta frase y era tan sincera y al mismo tiempo serena. Conservó la llave de su casa hasta que murió y con frecuencia sacaba tiempo para hablarnos de Jrash. Hoy ese paraíso está despoblado y sólo son ruinas en colinas desiertas, pero el «jrashis» nunca olvidó Jrash y lleva consigo su nombre en su mente y en su corazón.

Recuerdo que mi abuela solía cantar de vez en cuando, supongo que en un intento de olvidar que cada uno de sus hijos estaba confinado en una putrefacta celda de una cárcel israelí. El tiempo de visitas era el más terrible. Solía ocurrir que la visita coincidiera en el mismo día para más de uno de mis tíos, por lo que la familia completa se tenía que distribuir para que cada uno de ellos recibiera una visita. Creo que mi abuela hubiera deseado poder visitarlos a todos el mismo día, pero era imposible ya que nunca estuvieron todos en la misma prisión.

Como he dicho, sólo en contadas ocasiones mi abuela cantaba canciones sobre parejas recién casadas: la esposa tenía que vender sus joyas para que su esposo pudiera comprar un arma y luchar contra los sionistas. Más tarde, en la vida, entendí qué querían decir aquellas canciones y a veces, cuando ella se encontraba descansando en la sala de estar y parecía que estaba triste, absorta en sus pensamientos, ponía la casette de Ashiqeen: una banda palestina que cantaba canciones folclóricas. Siempre que reproducíamos otras casettes, mi abuela decía que apagáramos esas tonterías. Pero cuando Ashiqeen u otra banda folclórica sonaba, sólo se sentaba y escuchaba. Me gustaba observarla, me sentaba a su lado, escuchaba la música e intentaba imaginarme a la hermosa y triste mujer sentada ante su pequeña casa esperando a que su valiente marido volviera a casa trayendo consigo la victoria. Luego miraba a mi abuela y trataba de imaginarla como una mujer joven, trabajando en los campos, sentada al lado de los manantiales con sus amigas, riendo y parloteando, o sentada junto al abuelo, por la tarde, bajo la higuera del patio compartiendo pan, tomillo, aceite de oliva y aceitunas. Me pregunto si ella habrá pasado una situación similar durante la Nakba. Por ella sé que los hombres de Jrash pelearon valientemente defendiendo la aldea contra las tropas sionistas y que miembros muy cercanos de la familia murieron mientras defendían la aldea. ¿Se sentó ella junto a sus amigas y los niños a esperar a que llegara la buena nueva de la victoria? ¿Habrá mantenido la esperanza, incluso después de que los expulsasen de sus casas? ¿Habrá perdido alguna vez las esperanzas, tantos decenios después de la Nakba? Nunca le pregunté, pero de una cosa estoy seguro: ella nunca perdió la esperanza de regresar un día a su casa de Jrash ya que conservó la llave hasta el final.

Nuestra vida y lucha cotidianas están grabadas en nuestro folclore, nos dan la fuerza para seguir y no perder nunca la esperanza. Nuestro patrimonio cultural es parte de cada uno de nosotros, algo que no pueden arrancarnos, sin importar cuánto lo intenten [los sionistas]. Y a pesar de sus continuos robos e intentos de imitar nuestro patrimonio cultural, ¡el original sigue siendo soberano, sigue siendo palestino!

Reham Alhelsi es una palestina nacida en Jerusalén. Trabajó durante mucho tiempo en Palestinian Broadasting Company y desde el año 2000, que se trasladó a Alemania, ha trabajado en varias radios y cadenas de televisión que incluyen Deutsche Welle, SWR y WDR. Actualmente está haciendo su doctorado en Planificación Regional enfocado en la Administración de Tierra Palestina y gobierno local.

Nadia Hasan y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.

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