Reino Unido en crisis: el fantasma de los terribles años setenta

Il Manifesto
Traducido por Juan Vivanco
25/06/08

El milagro económico laborista ha tenido una vida breve. En el Reino Unido vuelve a asomarse la pesadilla de la peor recesión. Casi todos los sectores productivos están en crisis, los salarios están estancados y el consumo se frena. El gobierno Brown pide sacrificios.

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“Como la mañana siguiente a la noche anterior”, se dice por aquí para referirse a una noche de juerga, cuando te mueves como un fantasma en busca de un tazón de café para metértelo en vena. Leyendo los periódicos británicos, oyendo a los economistas más prestigiosos, se diría que la economía del Reino Unido se encuentra precisamente en la situación de la mañana siguiente a la noche anterior, en un brusco despertar tras una década de alocado bienestar bajo el gobierno del Partido Laborista.

Lo ve muy negro la CBI (Confederation of British Industries), la patronal inglesa que anuncia: 1) un aumento del 18% de cierres de empresas (más de 19.000 el año próximo, la cifra más alta desde 2002, cuando el reventón de la burbuja de las empresas puntocom); 2) una tasa de crecimiento del 0,4%, el más bajo desde 1992; 3) un mercado inmobiliario en crisis y que no remontará antes de cuatro años; 4) 150.000 desempleados más, lo que supondrá un total de 1.790.000 (alrededor del 6%).

La inflación galopa hacia el 4%

Como prueba de tanto pesimismo, más noticias feas: el número de viviendas construidas este año será el más bajo desde hace 63 años, es decir, desde 1945: 147.700 frente a las 203.900 de 2007, lo que supone una caída del 27,6% en un solo año. Aún más preocupante es el hecho de que, pese a la debilidad de la oferta, debida precisamente al estancamiento de nuevas construcciones, los precios de las viviendas hayan descendido ya un 8%. Por si fuera poco, el gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, anunció que la inflación ha traspasado el 3%, se sitúa en un 3,3% y rebasará el 4% a finales de año. La situación económica se ha agravado tanto que los periódicos han empezado a llamar al gobernador usando su nombre, Mervyn, tal y como se le decía Tony a Blair o Diana a la princesa. Como resulta que el ministro del Tesoro se llama Alistar Darling, -sí, como darling, “cariño”, “querido”- es fácil imaginarse el número (y el nivel) de chistes: “Ayuna, cariño”; “cariño, apriétate el cinturón”, por citar algunos.
Ha vuelto este palabro: “estanflación”, término acuñado en 1974 para referirse a un periodo en el que conviven estancamiento e inflación (la recesión suele asociarse a fases de deflación, de caída de precios por falta de compradores, mientras los periodos de inflación suelen asociarse a ciclos de crecimiento: la estanflación representa, pues, la conjunción perversa de dos patología opuestas). Por ello, cabe preguntarse si también han vuelto los terribles años setenta, con unos sindicatos malandrines que pedían aumentos salariales para compensar la inflación.
Vista desde el continente, Gran Bretaña durante diez años parecía realmente una isla feliz, que crecía cuando todo el mundo se estancaba, incluso capaz de evitar la recesión después del 11 de septiembre. Pero ¿cuál ha sido el motor del milagro británico? La propaganda de los ideólogos laboristas se parece a la del Milán de Craxi, el "Milano da bere" [Milán de la movida] de los años ochenta: aquí se hablaba de la generación de Blair como de la "Rockn'roll generation". «Gran Bretaña produce muy poco, a diferencia de Alemania y Japón» me dice Larry Elliott, que dirige la sección económica del Guardian, en la sede del periódico. Elliott ha escrito varios libros sobre la economía inglesa. El último, sobre la recesión, junto con Dan Aktinson, acaba de ser publicado por The Bodley Head: The Gods That Failed: How Blind Faith in Markets Has Cost Us Our Future (El dios que ha fallado: cómo nos está costando el futuro la fe ciega en el mercado).
Lo mismo que había un Nuevo Laborismo, había una Nueva Economía, que no se basaba ya en la manufactura y la industria, sino en el conocimiento y la creatividad. Elliott cita como ejemplo de la propaganda dominante una frase de David Puttnam: «Inglaterra ya no es “una isla de carbón rodeada de pescado”, según la famosa expresión del laborista Nye Bedvan, creador del servicio sanitario nacional en 1946, sino “una isla de creatividad rodeada de comprensión (understanding)”».

Sólo la industria bélica está boyante

Lo cierto es que en el aspecto económico los diez años laboristas han agudizado la desindustrialización fomentada por Margaret Thatcher. Los trabajadores industriales han pasado de 4,3 millones en 1991 a 2,9 millones en 2007: un tercio menos. Los únicos sectores en que el Reino Unido sigue en vanguardia son el farmacéutico y la industria bélica. Justo en estos días se ha sabido que en 2007 Gran Bretaña fue el mayor exportador de armas del mundo. Pero en productos manufacturados la balanza comercial inglesa está en números rojísimos. El déficit supone cerca del 6% del producto interior bruto (PIB).
El verdadero propulsor de la economía británica ha sido la City, el sector financiero, que desde 1996 ha crecido al extraordinario ritmo del 7% anual (el 200% en 10 años) y ha convertido a Londres en una de las capitales globales del capitalismo globalizado. En este sentido, el Reino Unido es en grande lo que las islas Caimán son en pequeño, un paraíso fiscal para inversiones globales. Son los beneficios de estas inversiones extranjeras los que han sufragado el crecimiento británico y limitado el déficit. En 1992 el Reino Unido tuvo que salir de la serpiente monetaria europea por los ataques de la especulación (en particular del financiero George Soros) contra la libra esterlina, obligada (junto con la lira italiana) a devaluarse con respecto al marco alemán. Pero desde entonces, y durante diez años, en Banco de Inglaterra ha aplicado una política de libra esterlina fuerte, tan fuerte que está sobrevalorada (valía 3.000 liras y luego 1,5 euros). A su vez, una libra esterlina fuerte dificultaba la exportación industrial inglesa, pero abarataba las importaciones y favorecía la afluencia de capitales. A su vez, la afluencia de capitales a la City inflaba el mercado inmobiliario, con efecto en cascada sobre todo el Reino Unido. La ocupación del sector inmobiliario es la que ha crecido más deprisa, con un paso de 2,4 millones de empleados en 1991 a 4,5 millones en 2006, mientras que en el sector financiero en sentido estricto la ocupación se ha mantenido estable en un millón de empleados.
La afluencia de capitales ha proporcionado al estado un ingreso extra que a su vez le ha permitido aumentar el gasto público. Contrariamente a lo que se suele decir, el laborismo ha invertido la cura de adelgazamiento thatcheriana y ha aumentado el gasto público, que de 1999 a 2006 creció un 29% en términos reales. Sin embargo, una parte de este gasto ha financiado al sector privado a través de iniciativas de participación mixta. Pero ha crecido el número de empleados en la enseñanza (de 1,9 a 2,4 millones de ocupados: +26%) y, sobre todo, en la sanidad (de 2,4 a 3,3 millones: +37,5%). Por el contrario, la «economía creativa» (tv, cine, diseño, publicidad…), aunque ha crecido un 49%, lo ha hecho con un total tan bajo (798.000 empleados en 2006 frente a los 536.000 de 1991) que muestra lo sobrevalorada que está su influencia.

El gobierno pide sacrificios a todos

Pero con la crisis bancaria de EE.UU. y, sobre todo, con la inflación importada, todo este castillo de naipes se está derrumbando y el círculo virtuoso pasa a ser vicioso. Hoy en día el Reino Unido tiene un déficit público del 4%, lo que limita el margen de maniobra del gobierno. Se discute sobre los motivos de la crisis que se abate sobre la isla, pero ya nadie duda de su existencia y los consumidores han empezado a apretarse el cinturón. Ahora el gobierno pide sacrificios a todos, pero cuando ha intentado gravar con 30.000 libras esterlinas anuales a los 20.000 financieros extranjeros residentes en el país, se ha armado un gran revuelo en toda la prensa, en defensa de los pobres millonarios «obligados» a huir de semejante persecución.
El gobierno se adjudicaba todo el mérito del crecimiento económico. Ahora corre el riesgo de cargar con toda la culpa de la crisis y está atrapado en una pinza política, de la que hablaremos en la próxima entrega.

(1-continúa)

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