México: epidemia de violencia

Vanguardia
09/07/08

Todos los muertos eran jóvenes, y cuatro ni siquiera llegaron a vivir 30 años. Consta en las actas: Euriel, unión libre, 19 años, hallado a la orilla de un canal con cráneo y tórax baleados. Francisco Javier, soltero, 17 años. Laceración pulmonar por proyectil disparado por arma de fuego, que penetró en el tórax. Maximiliano, soltero, 25 años, muerto por traumatismo torácico - abdominal. Pedro, 26 años, soltero, laceración pulmonar por arma contusa.

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En estas tierras existen cada vez más mujeres que hombres. Se pierden futuros maridos porque se pierden los hijos. La mayoría son asesinados. En abril fueron 16 los muertos registrados, siete ancianos por cáncer, neumonía, infartos o diabetes. Los 9 restantes, que no murieron por causas naturales, tuvieron una muerte violenta. Sus edades: 14, 17, 20, 23, 27, 30, 35 y 41 años.

Aquí ya no se acostumbra que los hijos entierren a sus padres. María Alarcón es una de las mujeres que ha tenido que soportar el dolor de enterrar a uno de sus hijos. Se llamaba Edgar Geovany, tenía novia, 28 años, y vendía nieves y aguas frescas en el local de lámina que ahora atiende su mamá. “Pensaba hacer un negocio. Acababa de pintar su bolera, trabajó duro: quería hacer bolis”, dice la mujer de 40 años como si hablara al aire, mirando al horizonte. A su hijo y a tres amigos jóvenes como él, lo acribillaron los soldados el 26 de marzo pasado, a la altura del pueblo Santiago de los Caballeros. Los confundieron con narcos y les dispararon sin más. Por esa confusión hay cinco soldados en la cárcel.

La señora María se ve desganada. Su única motivación ahora es luchar para que el Ejército le permita acudir al juicio contra los asesinos de su hijo. “Yo lo único que pido es que se haga justicia, que eso no quede impune. Y también pido que nos den chance de ir a Mazatlán a ver el juicio, cómo va todo”, dice desde la silla de plástico donde está sentada, afuera del local. .
La directora de la organización Frente cívico Sinaloense, Mercedes Murillo, también está preocupada por la epidemia de violencia y por el involucramiento de los jóvenes al mundo de las drogas. “En mayo llegamos a los 116 asesinados, y antes había 60 al mes. En junio, uno de los periódicos informó que volvimos a la normalidad. ¡En Sinaloa, la normalidad son dos asesinatos diarios desde hace siete años”, dice la mujer que dirige la organización de derechos humanos.

Le preocupa que los muertos por los ajustes de cuentas entre narcotraficantes, y los enfrentamientos entre soldados y civiles son jóvenes que dejan viudas y huérfanos “ Por las muertes, dejan mujeres embarazadas y sin un centavo, porque todo fue oropel, todo ese dinero que habían ganado (con las drogas) se gasta. Cuando los matan, las muchachas andan pidiendo dinero para enterrarlos porque no tienen con qué. Tuvimos el caso de una muchacha que estaba muy feliz porque andaba con un narco que la había llevado a Las Vegas, y ella nunca había salido de Culiacán.”

Oropel. Y muerte. Los dos lados de la vida de las familias de los narcos. Porque aunque muchos de ellos prefieren no hacer compromisos, algunos prefrieron fingir que la suya es una familia “normal”, con una mujer que atiende la casa y cuida a los hijos, que van al colegio de paga, aunque casi siempre son humillados por los otros niños que, sólo Dios sabe cómo, se enteran de algún detalle de su vida que les sirve para hacerlos pasar las de Caín. Son las muchachas casaderas las que se ponen en peligro cuando hacen “amistad” con criminales, deslumbradas por el coche nuevo, las joyas ( a ellos les encantan las cadenas de oro bien gruesas, los anillos con enormes piedras de colores, los relojes de oro con brillantes - aunque el oro y los brillantes sean de mentirijillas-. Viven en medio de la violencia y el peligro, y padecen las consecuencias. En el trayecto, aprenden que sólo el dinero ganado con trabajo honrado irme para vivir bien, sin miedo.

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