Sonrisas de alegría al entrar en Gaza desolada

Agustín Velloso
Rebelion.org
07/08/08

Una vez se ha conseguido pasar a Gaza se experimenta una sensación de alegría. Aunque se entra en un campo de concentración, cuyo control tienen los sionistas, resulta reconfortante no verlos por unos días, algo de lo que no se libran los visitantes a Cisjordania debido a los más de 500 puestos de control esparcidos por el territorio y a las incursiones diarias a ciudades y pueblos palestinos bajo la ocupación.

La humillación que se les inflige al dejar patente que si se cruza el mar de punta a punta no es para visitar la “única democracia en Oriente Medio”, sino para pasar de largo cuanto antes y estar junto a sus víctimas, los internos, compartiendo por unos días la durísima vida que se les impone, produce ciertamente mucha satisfacción.

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También se conforta el espíritu al comprobar que han pasado muchos años desde el inicio del proyecto sionista y que tanta represión, castigo e injusticia contra los palestinos, no han conseguido que desaparezcan ni que el resto del mundo los culpabilice por resistir o los desprecie por considerarlos seres inferiores como hacen los sionistas.

El aspecto de desolación que ofrece la vista al dejar el corredor techado es máximo. Restos de construcciones destruidas o parcialmente derrumbadas, amasijos de hierros, montículos de escombros, silencio, arena, polvo por doquier y una temperatura asfixiante. De pronto aparece un grupo de palestinos que se ofrecen a transportar el equipaje a mano o en sus espaldas a cambio de unas monedas. Aún quedan 500 metros a pleno sol para llegar al puesto palestino. Es la distancia de seguridad impuesta por Israel y que explica la presencia de los restos que salpican la explanada que se extiende hasta el horizonte rota únicamente por el muro imponente: los israelíes destruyen todo lo que consideran contrario a sus intereses y que perturba sus propósitos.

Son miles las casas y edificios palestinos arrasados, en ocasiones con sus habitantes dentro, para dejar un terreno expedito para las operaciones militares, para despejarlo por las omnipresentes razones de seguridad, para que los colonos no tengan que soportar la presencia de palestinos a su alrededor, principalmente para que éstos sepan que su vida y sus bienes no valen nada, que están por completo a disposición de los sionistas, seres superiores, miembros del pueblo elegido por Dios, a quienes se debe satisfacer por encima de todo y de todos: Israel über alles.

El Comité Israelí Contra la Demolición de Casas (ICAHD por sus siglas en inglés) anunció el 11 de octubre de 2007 que el gobierno israelí ha demolido más de 18.000 casas palestinas desde que empezó la ocupación de Cisjordania y Gaza en 1967. Añade que pueblos enteros de beduinos han sido arrasados varias veces debido a que sus habitantes los reconstruyen mal que bien cuando se marchan las excavadoras sionistas y los soldados que les dan protección. Concluye que “las políticas israelíes están diseñadas para limitar el número de palestinos viviendo en áreas que se destinan para las colonias o en sus alrededores.”

Amnistía Internacional recuerda en su página web el 11 de marzo pasado: “Las autoridades israelíes llevan muchos años aplicando una política de demolición de casas discriminatoria, permitiendo, por un lado, que se construyan decenas de asentamientos israelíes en el territorio palestino ocupado, en flagrante violación del derecho internacional, al tiempo que confisca las tierras palestinas, niega a la población palestina el permiso para edificar y destruye sus casas. La tierra desocupada a menudo se utiliza para levantar asentamientos israelíes ilegales. El derecho internacional prohíbe a las potencias ocupantes levantar asentamientos para sus propios ciudadanos y ciudadanas en los territorios que ocupan.”

Si se compara con España, 18.000 viviendas para unos 4 millones de palestinos dan unas 180.000 para unos 40. ¿Se quedarían los españoles quietos ante la destrucción ilegal de este patrimonio y ante sus inhumanas consecuencias: otras tantas familias a la calle y en la pobreza?

Los que con poco conocimiento y menos conciencia se refieren a los palestinos como extremistas y terroristas, harían bien en reflexionar sobre el hecho de que esa destrucción viene acompañada de miles de muertos palestinos a manos del ejército israelí de ocupación, de miles de secuestrados palestinos en cárceles de Israel, de millones de euros en pérdidas palestinas a causa de los continuos ataques, bloqueos, robos y un sinnúmero de acciones violentas por parte de Israel contra personas indefensas y abandonadas por la comunidad internacional, más preocupada por el velo y otras manifestaciones de lo que consideran extremismo musulmán que por la ley internacional.

Hoy, con el beneplácito y el dinero de la “comunidad internacional” (eufemismo para referirse al grupo de estados cómplices del terrorismo de Israel), el paso de Erez se ha convertido en la entrada a un campo de concentración en pleno siglo XXI. Para ello no ha hecho falta renunciar al Proceso de Paz entre Israel y los palestinos, que ya ha cumplido 15 años, ni a la Carta Universal de los Derechos Humanos, que ya tiene 60, ni deshacerse de las Naciones Unidas (ONU).

¿Quizás ocurre esto porque han pasado tantos años desde su establecimiento, sus miembros han olvidado que se destinó “a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana” (Preámbulo de la Carta)? ¿Quizás porque el mundo se enfrenta a la amenaza del terrorismo islamista? Claro que no, es que los campos de concentración sionistas en el siglo XXI, a diferencia de los nazis del siglo XX, cuesta mucho ocultarlos a Internet y a Aljazeera.

Hoy resulta más difícil llevar a cabo la expulsión étnica y el genocidio de un pueblo. La expulsión de una población ha de hacerse por medio de la “transferencia voluntaria” y el genocidio ha de aparecer bajo la forma de una “guerra civil” en los territorios. Es preciso cortar los medios de vida a los palestinos para que abandonen la tierra donde se les asfixia y es preciso enfrentar a unos con otros para que las balas proporcionadas por Estados Unidos sean disparadas por los propios palestinos.

Cualquier acción por parte de Israel que contribuya a esos objetivos ha de darse a conocer al mundo como una acción de salvaguarda de la paz, de defensa de la seguridad de Israel, de lucha contra el terrorismo, de fortalecimiento del proceso de paz. Joseph Goebbels no podría hacerlo mejor.

Ha bastado con que Israel, uno de los países más delincuentes del mundo, con el apoyo incondicional de Estados Unidos, el principal delincuente, desarrolle sus políticas sionistas, para que un millón y medio de palestinos –la mitad de la población de la Franja es menor de edad- se vean privados de sus derechos humanos y se conviertan sin comerlo ni beberlo en internos de un campo de concentración a merced de sus carceleros. Donde impera Israel no existe la ley humanitaria internacional, la protección a la infancia, el derecho a la salud, a la alimentación, a la educación, a la justicia, a la vida misma.

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