Tzipi Livni. Sus enigmáticos años como agente secreto israelí

Laura L. Caro
ABC.es
28/9/08


¿Y si tras el hermetismo y la gelidez de acero de Tzipi Livni se escondiera el pasado novelesco de una mujer entrenada para utilizar sus armas de seducción y tender una «dulce» trampa a un extranjero por el bien de Israel? ¿Y si estuviera adiestrada para hacer uso de las otras armas, las de fuego, y vaciar un cargador sentada en una silla en mitad de una habitación a oscuras sin fallar un solo tiro?

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Las cábalas sobre el papel que la actual ministra de Exteriores de Israel desempeñó entre 1980 y 1984 en el Mossad —el Servicio de Inteligencia, responsable de los actos de espionaje, contraterrorismo y «ejecuciones» más impactantes— se han multiplicado desde que la política se convirtiera en candidata a primera ministra del Estado judío. Unas especulaciones que han llegado hasta afirmar su antigua pertenencia a equipos «operativos» —integrados por espías con licencia para matar—. El propio ex director de la institución, Efraim Halevy, ha afirmado al diario «The Times» que «ella estuvo en una unidad de élite».

«Fue una prometedora agente que demostró tener todos los atributos para una prometedora carrera. Estaba muy bien considerada», ha declarado, sin más detalles, el que fuera maestro y jefe de espías de 1998 a 2002. Enigmático en su recelo a hablar siquiera de si la misión de Livni era captar confidentes o recabar información en peliculeras conspiraciones contra los árabes. O si más bien era la de mantener los pisos de seguridad utilizados por otros agentes más veteranos en las acciones del Mossad por Europa —como sería propio de su condición de principiante, según señalan fuentes de Seguridad en Israel—. «No estoy diciendo que hiciera ese trabajo, pero la gente piensa que es una tarea rutinaria que no entraña riesgo... y puede ser muy peligroso a veces», sentenciaba el impenetrable Halevy.

Dueña de un coeficiente intelectual de 140, de una natural pericia con las armas —dicen que desarrollada junto a su padre, miembro de la guerrilla sionista del Irgun—, culta, hábil en sociedad y fuertemente comprometida con Israel, Livni era carne del Servicio de Inteligencia. A los 22 años, acabado su servicio militar, fue reclutada para la causa por una amiga de la infancia que ya ejercía como agente, Mira Gal, hoy su jefa de gabinete. Hasta aquí llegan los datos objetivos. Porque el Mossad no dice más. Y el resto de su trayectoria se ha ido tejiendo, fundamentalmente, a partir de la frágil materia de las fuentes anónimas.

Eran tiempos revueltos aquellos en los que desempeñó su servicio, dignos de un serial de John Le Carré. El Mossad mantenía en París dos centros desde los que, en nombre del Israel posterior a la «Guerra de los Seis Días», se dirigía a las células que ejecutaban una guerra abierta contra las facciones palestinas en la capital francesa y contra los esfuerzos del régimen de Sadam Husein por desarrollar un arsenal nuclear en su planta de Osirak.

Para recordar la fiereza de aquellos tiempos de lucha encubierta de los israelíes contra los activistas árabes basta recordar el nombre de Abu Nidal, el terrorista que en 1982 disparó su fusil de cañón recortado WZ.63 contra el embajador hebreo en Londres, Shlomo Argov, en un atentado que desencadenó la invasión judía del Líbano para acabar con la OLP. O el de Illich Ramírez Sánchez —apodado «Chacal» en honor al asesino creado por Frederick Forsyth—, autor de la matanza cometida en el atentado contra el tren Toulouse-París y de otros dos ataques en esta misma ciudad entre 1982 y 1983 que dejaron once muertos.

Entre las acciones contra Irak figura la «Operación Átomo», en la que Israel bombardeó en los alrededores de Bagdad un reactor nuclear en construcción con colaboración francesa. Durante esa operación caería Yahia El-Meshad, jefe del programa nuclear de Sadam, víctima de una compleja maniobra con el sello del Mossad, además de varios científicos iraquíes y extranjeros a sueldo de Bagdad. Y aquí es donde según The Times, que se basa en «expertos citados en un informe francés», Tzipi Livni habría formado parte de una «unidad de élite que envenenó mortalmente al científico nuclear iraquí Abdul Rasul en un almuerzo en París en 1983».

En la prensa árabe se ha afirmado también su posible «participación» desde París —otra vez el hueco término— en la trama que asesinó en Grecia al representante de la OLP Mamoum Meraish. Pero para fiasco de los amantes del género policiaco, antiguos agentes de la época y expertos en Inteligencia como Roger Faligot indican que Livni sólo tuvo una función marginal en los servicios secretos. Su perfil analítico, su dominio del francés, la hacían perfecta para una labor burocrática. Su corta estancia en la casa puede que no diera para designarle nunca misiones operativas como las que se le atribuyen.

Livni abandonó el Mossad para casarse. En julio reconoció que había servido en la agencia, donde hizo algunos «cursos» y «una misión en el exterior». Sin más. Sus colaboradores tachan de «basura» toda la tinta vertida al respecto, temerosos de que el inquietante mito de espía dañe a la candidata. «¿Se supone que podemos esperar algo bueno de una persona que trabajó en la profesión de asesina?», se preguntaba vitriólico editorial del periódico oficial sirio Tishreen, que ha colgado a la futura primera ministra de Israel el alias matahari de «la pretty woman del Mossad».

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