Atenas: ¿en las puertas de una rebelión europea?

Oscar Raúl Cardoso
El Clarín
15/12/08

El estallido de violencia urbana en Grecia tiene motivaciones locales, pero es observado como un fenómeno de malestar social más profundo que puede replicarse en otros países.

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El semanario inglés The Economist -que posee habitualmente un discurso conservador inteligente- cayó en la trampa de lo obvio en su edición de esta semana cuando concluyó que las manifestaciones en Grecia hablaban de "la necesidad de reforma" en ese país. La realidad es que no solo la sociedad griega está gritando por alguna forma de cambio -político, económico, social- sino que lo mismo podría decirse, sin temor a error, de casi cualquier otro lugar de la tierra.

Otras veces las verdades de Perogrullo son escondidas del debate público en un esfuerzo por desalentar el sentido común en la opinión pública. El reciente fracaso del Congreso estadounidense cuando intentó aprobar un plan de rescate para la industria nacional automotriz -Chrysler, General Motors y Ford- es explicado ahora por vía de la negativa de las organizaciones gremiales del sector a aceptar recortes de salarios para equipararlos a los que se pagan por la misma tarea en Japón (en promedio cuatro dólares menos por hora).

¿No es demasiado cargar sobre las espaldas de trabajadores, que en un número cercano a los tres millones pueden perder sus empleos, si las tres grandes de Detroit cierran sus puertas? ¿Fueron ellos los que llevaron a la industria a este precipicio mientras que los directivos y ejecutivos que tomaron las decisiones buscan ahora socializar las pérdidas a través de la asistencia estatal después de décadas de fabricar modelos que devoran combustible fósil y que pocos consumidores quieren ya?

Ya sea que se lo use como cortina o que se lo esconda en el debate público, lo obvio está mostrando que -en el contexto de la peor crisis de la economía global en los pasados cien años- aun no estamos leyendo de modo cabal la realidad y, por eso mismo, dejamos de ver sus peligros y oportunidades.

¿Qué hizo del conservador primer ministro griego Costas Karamanlis, una figura popular, el jefe del desaguisado griego que ahora muchos se preguntan si es el comienzo de una rebelión que terminará por envolver a buena parte de la Unión Europea? Es verdad que los griegos tienen una larga tradición levantisca que, en su versión actual, se remonta a 1973 con la revuelta del Politécnico de Atenas que inauguró el último año de una década de dictadura militar.

La última ola de violencia tuvo como detonador la muerte de un adolescente a manos de la policía de gatillo fácil, que también la hay en otras partes. En el torbellino vino también la disconformidad de los jóvenes griegos con su sistema de educación, en un futuro que se les insinúa como carente de promesa laboral y en el final de una etapa de prosperidad -mal distribuida, pero prosperidad al fin- que le permitió a su economía crecer a algo más del cuatro por ciento anual hasta el 2007.

Este parece haber sido el secreto de Karamanlis que le permitió dos mandatos consecutivos y una fortaleza a su imagen aun cuando su partido, Nueva Democracia, tiene una situación de mayoría exigua en el Parlamento que hace meses lo tiene bajo el peligro de un voto de desconfianza que lo haría perder el gobierno.

Pero las preguntas que se formulan insistentemente ahora, están relacionadas con la posibilidad de que lo de Grecia sea apenas el comienzo de algo más vasto, sobre todo después de que en Roma se insinuara un movimiento de solidaridad con la protesta griega. ¿Hay que leer lo de Atenas como otra faceta del problema que ya Francia conoció en 2005 y 2007 en las banlieues repletos de jóvenes marginados inmigrantes o hijos de inmigrantes?

Los que rechazan estos interrogantes dicen que lo de Atenas tiene como dínamo especial a unos mil militantes anarquistas que, cada tanto reciben el respaldo de la clase media acomodada. Nada tienen que ver con los habitantes de las banlieues. Pero esto huele a ejercicio para despejar las nubes de tormenta con las manos.

La lógica detrás de esta visión sostiene que lo que traerá la crisis es un temor generalizado y definido por la pérdida del empleo, una sensación que siempre aconseja no desafiar y rodea de conformismo. La consecuencia, afirma, será más disciplina social, especialmente entre los más vulnerables. Para algunos esta es la cara más simpática de la crisis.

Esta es una apuesta riesgosa. La historia no avala la idea de paz social en tiempos de escasez y privación. Y si algo enseñó más de dos décadas de cultivar la economía de mercado como teología, es el error de proyectar un orden social basado en la exclusión de grandes segmentos de población.

Sencillamente no se puede hacer -al menos no se puede hacer en armonía y paz- y sería duplicar el yerro aplicar un esquema de resolución de la crisis que mantuviese esa ortodoxia de exclusión. La resolución de esa crisis deberá incluir una recomposición más justa en la distribución de la riqueza si pretende tener éxito.

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