Con el plan expuesto para Iraq, Obama se decanta por el militarismo estadounidense

Patrick Martin
WSWS
Traducido del inglés para Rebeliónpor Sinfo Fernández

Al ampliar otros dieciocho meses la ocupación estadounidense a gran escala de Iraq, y al acceder al calendario ya adoptado por la administración Bush de finales de 2011 para una retirada tentativa, el Presidente Barack Obama ha hecho algo más que traicionar las esperanzas de los millones de votantes antibelicistas que apoyaron su candidatura en 2008.

Ha identificado completamente a la entrante administración del Partido Demócrata con los fraudulentos argumentos empleados por la Casa Blanca de Bush para justificar la guerra en curso en Iraq, tras sus afirmaciones iniciales de que había quedado probado que las “armas de destrucción masiva” y los vínculos entre Iraq y los ataques de terroristas del 11-S no eran más que una sarta de mentiras.

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El discurso de Obama a los cientos de marines en el Campo Lejeune fue un esfuerzo por legitimar la conquista y ocupación estadounidense de Iraq y presentar al ejército estadounidense como un instrumento de liberación en vez de como un ejército para la opresión y la guerra imperialista.

Aun que el candidato Obama describió la guerra de Iraq como “una guerra que nunca debió autorizarse y nunca debió emprenderse”, el Presidente Obama hizo una lectura muy diferente. “Habéis luchado contra la tiranía y el desorden”, dijo a las tropas reunidas. “Habéis perdido la sangre de vuestros mejores amigos y la de iraquíes desconocidos. Y habéis soportado una carga enorme por vuestros ciudadanos mientras abríais una preciosa oportunidad para el pueblo de Iraq”.

Nadie hubiera deducido de esa efusiva descripción que los principales efectos de la intervención estadounidense sobre los “iraquíes desconocidos” han sido muerte, mutilación y desplazamiento. Alrededor de un millón de personas han muerto desde la invasión estadounidense en marzo de 2003, incluidos los cientos de miles de asesinados por las bombas, misiles y proyectiles estadounidenses lanzados contra barriadas civiles. Civiles iraquíes sin cuento murieron asesinados en los controles de EEUU por el único crimen de no reducir la velocidad de sus coches lo suficientemente deprisa.

En cuanto a la “preciosa oportunidad” supuestamente ofrecida al pueblo de Iraq, se reduce al derecho a votar a partidos y políticos patrocinados por el régimen de la ocupación estadounidense para presidir una sociedad que ha sido virtualmente destruida.

Casi seis años después de la conquista estadounidense, Iraq sigue sin tener agua corriente, ni electricidad, ni un sistema adecuado de alcantarillado ni otras necesidades básicas de la vida moderna; se estima que el desempleo afecta al 50% de la población adulta; hay alrededor de cuatro millones de refugiados en exilio interno o externo; y la mayoría de las ciudades iraquíes están divididas en barriadas en función de la etnia y la religión separadas por muros de hormigón y puntos de control.

Obama no reconoció, y mucho menos repudió, el motivo real de la carnicería del ejército estadounidense: la inmensa riqueza petrolífera de Iraq y su posición estratégica en el centro del Oriente Medio. Ese silencio sólo demuestra que el nuevo presidente comparte el objetivo fundamental de su predecesor: afianzar el control del imperialismo estadounidense sobre Oriente Medio y Asia Central, fuentes de la mayor parte de los suministros de gas y petróleo mundiales.

Este hecho fue inmediatamente reconocido por los más fervientes defensores de la agresión de la administración Bush, incluyendo al Senador John McCain, el oponente republicano de Obama en la elección presidencial, otros republicanos del Congreso y la prensa más derechista. El Wall Street Journal, por ejemplo, alabó en un editorial el discurso de Obama en el Campo Lejeune, denominándolo “Obama vindica a Bush”.

El Journal expuso con entusiasmo: “El Sr. Obama pronunció un soberbio discurso, ofreciendo una política digna del Comandante en Jefe que es ahora”. Destacó “el rechazo implícito del Sr. Obama de sus propias posiciones como candidato” al estar de acuerdo en mantener un gran presencia militar estadounidense en Iraq, hasta 50.000 soldados, tras la fecha nominal de retirada de agosto de 2010, un acción que busca mantener “la ventaja estratégica” de un régimen títere estadounidense en el Golfo Pérsico.

Como Obama explicó en su discurso, una razón importante para el redespliegue de algunas fuerzas estadounidense fuera de Iraq es disponer de suficiente poder militar para confrontar tanto “el desafío de centrarse de nuevo en Afganistán y en Pakistán” como “un compromiso global estadounidense por toda la región”.

Millones de estadounidenses votaron a Obama no porque creyeran que la guerra en Iraq había sido una distracción de la búsqueda de objetivos imperialistas más amplios sino porque consideraban como un crimen la invasión no provocada y la conquista de una nación y se oponían al carácter depredador global de la política exterior estadounidense.

Sus voces no han tenido ni el más ligero impacto en la formulación de la política en la Casa Blanca de Obama. Como los sucesos de la pasada semana demuestran, es el aparato de la inteligencia y del ejército el que tiene aquí la sartén por el mango. Obama no tomó una decisión independiente como comandante en jefe, sino que autorizó sin cuestionar en absoluto el enfoque apoyado por una facción del establishment militar contra la otra.

Según las informaciones de prensa que siguieron al discurso de Obama en Camp Lejeune, el plan de “retirada” de diecinueve meses apoyado por Obama era la opción preferida del Secretario de Defensa Robert Gates y de la Junta de Altos Jefes de Estado Mayor. Gates confirmó, en una entrevista el domingo en “Meet the Press” de la NBC, que los comandantes de campo en Iraq, encabezados por el General Raymond Odierno, preferían un calendario de veintitrés meses para la retirada, mientras que los jefes del Pentágono, preocupados por la necesidad de más tropas en Afganistán y demasiado forzados ya para meterse en otros potenciales conflictos, optaron por el calendario más corto.

Cuando llegó al poder, Obama no sustituyó a ninguno de quienes tomaron las principales decisiones militares en la administración Bush. En vez de hacerlo, ha retenido a Gates, al Almirante Michael Mullen, jefe de la Junta de Jefes del Estado Mayor, a Odierno y al General David Petraeus, jefe del Mando Central estadounidense y arquitecto del “incremento de tropas” en Iraq.

Su endoso de las doctrinas militaristas quedó de manifiesto en el propio hecho de que Obama eligiera para dar su discurso una base de la marina ante una audiencia de tropas uniformadas, en vez de un acto civil o a través de un discurso televisado desde la Casa Blanca. El efecto buscado era sugerir que en los Estados Unidos de 2009, las decisiones sobre la guerra y la paz son fundamentalmente responsabilidad del ejército y que el pueblo estadounidense queda relegado al papel de simple mirón.

Todo el proceso pone de manifiesto la erosión sufrida por la democracia estadounidense. El pueblo estadounidense no consigue con sus votos, elección tras elección, cambiar en modo alguno la política exterior y militar del gobierno. La guerra en Iraq prosigue su marcha y la guerra en Afganistán sigue su escalada, sin que nada importe el sentimiento popular.

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