"Allá nada ha cambiado"

Véronique Gaymard
Radio France Internacional
Traducción del árabe: Aïcha Saout de MC-Doualiya

Entrevista al argelino Lakhdar Boumediene, detenido arbitrariamente en Guantánamo durante siete años y medio

Lakhdar Boumediene fue arrestado en Bosnia-Herzegovina a fines de 2001 donde trabajaba para la Media Luna Roja y acusado de cometer un atentado contra la embajada de Estados Unidos en Sarajevo, junto a otros cinco argelinos. La justicia bosnia juzgó a ese llamado “grupo de los seis argelinos de Bosnia” y los liberó. Pero, a pedido de Estados Unidos, la policía bosnia los entregó a militares de ese país, que los trasladaron a Guantánamo.

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Boumediene tuvo que esperar hasta el 2 de noviembre del 2008 para que un juez federal norteamericano lo declarara inocente y exigiera su liberación inmediata, así como la de otros cuatro argelinos de Bosnia. Seis meses después de esa decisión judicial, Boumediene fue liberado y trasladado a Francia. Este es su testimonio, obtenido por RFI en un hotel de la región parisina, donde reside con sus dos hijas y su mujer, a las que no había visto durante más de siete años .

Lakhdar Boumediene: Me llamo Lakhdar Boumediene, soy casado, tengo dos hijas, Raja de 13 años, y Rahma de 9 años. En Guantánamo, me llamaban “matrícula 10.005”. Era mi nombre, mi apellido, y mi dirección. Todo. Desde el 15 de mayo, fecha de mi llegada al aeropuerto militar en Francia, soy un hombre libre. Y ahora me siento verdaderamente un ser humano, de la categoría de los hombres libres, un hombre en el verdadero sentido de la palabra, sobre todo desde que volví a encontrar los seres más queridos que son mi esposa y mis hijas, a las que no había visto desde hace más de siete años.

RFI: ¿Cómo reaccionó cuando por fin salió de la cárcel de Guantánamo?

L.B.: Imagínese a un hombre, prisionero por más de siete años, que se encuentra por fin libre, sin esposas en las manos. Me empecé a sentir libre solamente desde el final del viaje que me trajo de Guantánamo a Francia, porque las condiciones del viaje fueron muy duras: tenía los pies atados y las manos esposadas. No pude comer, ni beber, y el vuelo duró nueve horas sin escala.

RFI: ¿Qué pasó a su llegada a Guantánamo?

L.B.: los tres primeros meses fueron muy duros, estábamos encarcelados en un campo llamado x-ray, con muros de alambres y techo de madera; cada uno tenía dos baldes, uno para lavarse y otro para orinar, y los cambiaban una sola vez por día aunque la temperatura subía hasta 38 grados.

RFI: Usted estaba físicamente muy débil cuando aterrizó cerca de París el 15 de mayo…

L.B.: Había empezado una huelga de hambre en Guantánamo en diciembre del 2006, que duró hasta el 15 de mayo del 2009. Cuando llegué al aeropuerto militar en Francia, después de pasar un momento con mi mujer y mis hijas, me llevaron al servicio de reanimación y de cuidado intensivo del Hospital de Percy donde permanecí durante diez días. Al llegar a París sólo pesaba 56 kilos, mientras que mi peso antes de mi huelga de hambre era de 73 kilos.

RFI: ¿Por qué hizo una huelga de hambre?

L.B.: Lo que me llevó a hacer una huelga de hambre fueron los malos tratos. Al llegar a Guantánamo, yo les dije que era inocente. Los que me interrogaban me decían: “Tu caso es un caso político, no eres un terrorista”. Sin embargo, los malos tratos se volvían cada vez más duros, más insoportables, sobre todo en 2006, después de la muerte de tres detenidos. Entonces no tenía otra alternativa que hacer una huelga de hambre. No sé porqué nos imponían esos malos tratos. Cuando yo estaba en Bosnia, me habían acusado de preparar un atentado contra la embajada estadounidense en Sarajevo. Pero a mi llegada a Guantánamo, nunca más me hicieron preguntas al respeto. Entonces cuando les decía: “Porqué no me preguntan nada acerca de las acusaciones de Bosnia-Herzegovina?”, me contestaban “no los trajimos aquí para eso”.

RFI: ¿Cuáles eran las acusaciones?

L.B.: Me hacían dos preguntas. Una era sobre el funcionamiento de las organizaciones caritativas; otra, sobre los árabes que vivían en Bosnia-Herzegovina.

RFI: ¿Cómo se hacían los interrogatorios?

L.B: En total vi unas 70 personas encargadas de los interrogatorios. De todos los colores, negros, asiáticos, europeos… Tuve 120 sesiones de interrogatorios. Antes de 2003, durante esas sesiones que podían durar cinco horas, podía expresarme. Les conté mi vida, desde mi nacimiento hasta mi llegada a Guantánamo y cosas sobre las personas que había conocido en Bosnia. De pronto, entre febrero y marzo de 2003, los interrogatorios se volvieron muy violentos, fue el principio de la tortura. Todo se volvió muy doloroso, me interrogaban de la medianoche hasta las 6 de la mañana, y desde la 13h00 de la tarde hasta las 18h00. Para protestar contra esas torturas, empecé mi huelga de hambre. Pero las sesiones siguieron. Me llevaban al hospital para darme los tratamientos necesarios y seguir interrogándome. Me torturaron incluso cuando estaba muy débil: me cargaba un soldado de cada lado y me hacían correr adrede, pero como yo estaba muy débil, mis pies se arrastraban y sangraban. Cuando los soldados me llevaban a mi celda, mis pies, mis tobillos y mis rodillas chocaban contra los escalones, y sangraban. Pero eso no les molestaba. Al séptimo día, el médico me pidió que dejara mi huelga de hambre o me iban a alimentar a la fuerza. Al día siguiente, cuando me llevaron a la clínica, los militares y el médico hicieron un gesto entre ellos y me inyectaron suero a la fuerza. Pero en vez de inyectarlo normalmente en la vena, se divirtieron clavándome la aguja en los huesos y en los músculos del brazo. Después de 15 minutos con este juego, entró una enfermera y me inyectó el suero en la vena.

RFI: ¿La actitud de los soldados se endureció a raíz de su huelga de hambre?

L.B.: Sí. Consideraban que, como hacía una huelga de hambre, ya no podía hablar, y para ellos lo más importante era que les hablara. De todo y de nada, pero que les hablara. La prueba de eso es que el mismo médico volvió una noche durante una sesión de interrogatorio, verificó mis oídos, mis ojos, mi pulso, y les dijo: “Está bien, pueden seguir interrogándolo”. Después de 16 días se dieron cuenta de que no podían obtener nada más, entonces me dejaron. Pude ver a mis abogados por primera vez en julio o agosto de 2004. Pero eso no tuvo ningún impacto y los malos tratos siguieron cada vez más violentos.

RFI: ¿Las visitas del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) cambiaron algo?

L.B.: Venían, pero no cambiaba absolutamente nada. Un simple soldado podía decir a la persona del CICR “tu te sientas allá y no hablas”. Entonces su presencia no cambiaba nada.

RFI: ¿Qué piensa de los estadounidenses?

L.B.: Lo que quiero ahora es olvidar esta pesadilla y vivir en paz con mi familia. Con respecto a la administración estadounidense responsable de mi encarcelamiento, lo que es seguro es que hay un problema con cuatro personajes locos y estúpidos: Georges Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld, y el fiscal general Alberto González.

RFI: ¿Tiene planes hacer un proceso?

L.B.: Sí, quiero presentar una denuncia contra esas cuatro personas, aunque me lleve más de cien años. No sé si lo lograré, pero lo voy a intentar, con la ayuda de mis abogados norteamericanos en Boston. Pero no confío en la justicia de Estados Unidos para lograrlo.

RFI: Cuando el juez federal ordenó su liberación en Noviembre del 2008, ¿recibió excusas del gobierno de Estados Unidos?

L.B.: Las únicas excusas que recibí, fue que me confiscaron todas mis cosas. Cuando salí de Guantánamo no me devolvieron nada: mi pasaporte argelino, mi cédula de identidad argelina, me sacaron mi anillo, el objeto que más quería, mis diplomas, mis certificados… Esas fueron las excusas que recibí.

RFI: ¿La situación ha cambiado desde la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, y tras su intención de cerrar el centro de Guantánamo?

L.B.: Nada ha cambiado. Es el mismo general, el mismo almirante, son los mismos soldados, los mismos malos tratos hacia los prisioneros, ¡no ha cambiado nada!

Lakhdar Boumediene, su mujer y sus dos hijas muy probablemente se radicarán en Niza al sur de Francia donde reside la familia de su cuñada. Cuando obtenga sus documentos de residencia, Lakhdar Boumediene quiere volver a trabajar en lo que hacía en Bosnia antes de ser arrestado: una organización humanitaria.

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