Auge democrático en Irán

Hamid Dabashi
Al Ahram Weekly
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
24/06/09

“Un culto mesiánico apocalíptico…” (Primer Ministro israelí Benjamín Netanyahu, en referencia a Irán y a los iraníes)

A propósito o por casualidad, la proclama israelí de ser “la única democracia en Oriente Medio” ha quedado de pronto globalmente expuesta en toda su ridiculez.

Las elecciones parlamentarias de junio de 2009 en el Líbano serán recordadas como el mayor avance para la causa de la democracia en ese pequeño pero vital país. La victoria de la coalición del 14 de Marzo de Saad Al-Hariri, por la que disponen ahora de 71 escaños en un parlamento de 128 miembros, ha dejado los restantes 58 escaños para la coalición que dirige Hizbollah. Israel y sus aliados estadounidenses se han dado prisa en describir ese resultado como una victoria de los elementos “pro-occidentales” y, por tanto, una derrota de Hizbollah. Pero no hay tal. La victoria de la coalición del 14 de Marzo es la victoria de la democracia en el Líbano, una victoria compartida por Hizbollah.

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Como Israel es un estado racista de apartheid, no acierta a ver el mundo más que a través de sus propias lentes. La victoria de la coalición del 14 de Marzo en Líbano es la victoria del proceso electoral, que incluye sólidamente ahora a Hizbollah y a sus aliados parlamentarios. Hizbollah forma parte ahora no sólo de la sociedad civil libanesa sino también de su aparato político y de su institucionalizado proceso democrático, y lo ha conseguido sin abandonar su estatus de ejército de liberación nacional que defiende su patria contra todas y cada una de las barbaridades que Israel pueda querer perpetrar.

Mientras los mundos árabe y musulmán celebran esta victoria democrática, es absolutamente necesario tener muy claro que la misma no tiene nada que ver con la presidencia de Obama ni con su discurso en El Cairo, con el que se dedicó a sermonear sobre democracia a los musulmanes de la región mientras su ejército sigue ocupando ilegalmente Iraq y masacrando a los afganos.

Pisándole los talones a las elecciones libanesas, la causa y avance de la democracia dio un salto aún más audaz en Irán, y ese salto no se debió a la promoción estadounidense de la democracia sino bien a su pesar. En el momento de escribir estas líneas, millones de iraníes dentro y fuera de su patria están indignados y destrozados con los resultados oficiales. Hay razones perfectamente legítimas para cuestionar la validez de los resultados oficiales que han declarado que Mahmoud Ahmadineyad es el claro ganador. Lo único de lo que los iraníes pueden estar seguros y orgullosos es de la extraordinaria manifestación de voluntad colectiva de participar en la política de su país. Esta participación sin precedentes ni presta legitimidad al ilegítimo aparato de la República Islámica ni a sus manifiestamente antidemocráticos órganos ni debe ser utilizada por las incapaces fuerzas de la oposición en el exterior de Irán para denunciar y denigrar una página gloriosa en la historia moderna de Irán.

Cada cuatro años, durante las elecciones presidenciales seguidas de elecciones parlamentarias, la paradoja de la teocracia democrática de la República Islámica de Irán fascina y desconcierta al mundo. Durante esta campaña presidencial, los iraníes participaron bulliciosamente en los mítines e hicieron largas colas después para votar bajo la dilatada sombra de los señores de la guerra israelíes amenazando con un ataque militar. La maquinaria propagandística de que dispone Israel se encarga de que el mundo crea que un demagogo populista como Ahmadineyad es “el dictador” de Irán, como uno de sus portavoces en Nueva York, el Presidente de la Universidad de Columbia, Lee Bollinger, le denominó en una ocasión. Y así, a partir del modelo de un déspota oriental, Ahmadineyad representa a un pueblo atrasado cuyo destino merece ser determinado por otros (EEUU e Israel, por supuesto). Como el importante académico israelí en asuntos iraníes, Haggai Ram, uno de los pocos valientes disidentes israelíes, demostró acertadamente en su Iranofobia, la fijación de Israel con Irán ha alcanzado ya proporciones patológicas y es un estudio sobre cómo la histeria del auto-engaño se nutre a sí misma.

La realidad de la política iraní, como el mundo ha vuelto de nuevo a presenciar, es inmensamente distinta de la foto con la que la propaganda israelí y estadounidense pretende atiborrar al mundo. Una vibrante e inquieta sociedad está desafiando todas las limitaciones impuestas sobre su voluntad y está exigiendo y arrancando sus derechos democráticos. Las instituciones antidemocráticas de la República Islámica –empezando con la idea del velayat-e-faqih, el gobierno de los clérigos, hasta el no electo cuerpo del Consejo de Guardianes de la Revolución- no son obstáculos para la democracia en Irán sino invitaciones al asalto por la democracia. Lo que el electorado iraní, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, parece estar desarrollando es mucho más importante que un mero choque con una serie de instituciones misteriosas y desfasadas. Están presionando los límites de sus ejercicios democráticos en direcciones imparables e inconmensurables. Internet ha conectado a los jóvenes iraníes con el contexto global y, a su vez, ellos se han convertido en el catalizador de los cambios institucionales y discursivos que escapan del control de la camarilla clerical de Qom y Teherán.

Más que nada es una batalla entre generaciones. La sociedad iraní está cambiando a toda velocidad. Los envejecidos custodios de la República Islámica desean limitar lo que puede decirse o esperarse. Pero la juventud, globalmente conectada y orientada, más del 60% del electorado, está ahora alterando radicalmente los contornos de esos límites. No están simplemente desafiándolos, están sublimándolos. La línea roja en Irán es cada vez más fina, y enfrentándola hay hábiles jugadores ejercitando sus músculos políticos. Durante la elección presidencial estadounidense de 2008 resultó muy evidente cómo un muy hábil internauta Obama era mucho mejor estratega que la desfasada operación McCain. Lo mismo ocurre con las campañas de Mir-Hussein Musavi y Mehdi Karrubi, los dos candidatos reformistas, por un lado, y Ahmadineyad, por el otro, con Mohsen Rezai en medio. La base social de la plataforma de Musavi es la clase media urbana, los jóvenes y las mujeres. La base económica de la demagogia de Ahmadineyad son los pobres rurales y urbanos. Ambos son hábiles activistas a la hora de llegar a sus respectivos electorados.

La creciente corriente demográfica va en contra de los viejos revolucionarios. Los niños iraníes nacidos tras la revolución en los últimos años de la década de 1970 no tienen una memoria activa de sus esperanzas y furias y parece que no les importan mucho los que sí la tienen. Cada cuatro años, desde que terminó la guerra de Irán-Iraq en 1988, y la muerte del Ayatolah Jomeini en 1989, el electorado iraní ha ido subiendo el listón. Votaron por Rafsanyani en 1989, quien durante ocho años se dedicó a reconstruir la infraestructura económica del país tras la guerra, creando una clase de nuevos ricos. Después, en 1997, votaron por Mohamed Jatami, que les dio un atisbo de sociedad civil y abrió un panorama de amplias perspectivas de reformas sociales, aunque no hizo nada –o muy poco- para aliviar la situación de las masas de pobres que Rafsanyani había dejado atrás. En 2005, quienes se habían quedado descolgados del proyecto económico de Rafsanyani y se sentían indiferentes ante la agenda cultural y social de Jatami pusieron el poder en manos de Ahmadineyad. Y ahora, en 2009, un segmento importante de votantes desafectos, varios millones, están depositando su confianza en Musavi, un ex primer ministro con impecables credenciales revolucionarias, un héroe de guerra y un socialista en sus proyectos económicos.

De nuevo, el escenario se desborda ante la participación masiva de los jóvenes, de los estudiantes y, sobre todo, de las mujeres, a ambos lados de la división política. Esta nueva generación es hábil utilizando Internet y versátil en Facebook, YouTube y Twitter. Está globalmente conectada. La presencia de Zahra Rahnavard, la distinguida esposa de Musavi, es un valor añadido a esta campaña. Rahnavard, una importante y conocida intelectual, ex rectora universitaria, poeta, pintora, escultora y acérrima defensora de los derechos de la mujer, es apodada por muchos periodistas extranjeros la Michelle Obama de Irán. “No”, replicó en respuesta a uno de sus admiradores iraníes. “Michelle Obama podría haber aspirado a convertirse en la Zahra Rahnavard de los Estados Unidos”.

Estas elecciones han sido también extraordinarias debido a los debates televisados en directo que sacaron a la luz los esqueletos acumulados durante treinta años en los armarios de los envejecidos dirigentes de la república. Ahmadineyad, hijo bastardo de la Revolución Islámica, está devorando a toda velocidad, con su demagogia populista, el idealismo y las aspiraciones de aquella revolución. Oponiéndose a Ahmadineyad están los arquitectos del imaginario creativo de Irán. Más que nunca, los cineastas y artistas iraníes han sido muy activos en esta elección. Han publicado cartas abiertas, producido video clips y se han unido a los demás en los mítines. Desde París, Mohsen Makhmalbaf escribió una carta abierta apoyando a Musavi y animando a todos para que le votaran mientras enviaba a su hija más joven, Hana, a Irán para que hiciera un documental sobre las elecciones. Cuando Musavi desafió los resultados oficiales, Makhmalbaf se convirtió en el cauce de su campaña con las agencias internacionales de noticias, utilizando sus conexiones con los periodistas extranjeros.

Mayid Mayidi, otro importante cineasta iraní, dirigió los spot publicitarios de la campaña de Musavi. Otros productores, actores y directores iraníes han contribuido con esfuerzos similares. Todos se han implicado, organizaciones de estudiantes, sindicatos, asociaciones profesionales y organizaciones por los derechos de la mujer, en los portales de Internet, escribiendo fogosos ensayos, rodando películas y produciendo video clips. Rahnavard, pintora con talento para el simbolismo del color, eligió el verde para la campaña de su marido (ni el rojo por la violencia ni el blanco por el martirologio, los otros dos colores de la bandera iraní). Y cuando Jatami fue a Isfahan a hacer campaña por Musavi, hasta 100.000 personas se reunieron en la histórica plaza Meydan-e Naqsh-e Jahan para aclamarle y apoyar al candidato reformista. Esto es democracia desde las tripas; democracia, no en virtud de las instituciones sino mediante la insistencia colectiva y desafiante. Los señores de la guerra israelíes deberían pensárselo dos veces antes de agredir a los iraníes.

No sólo son los sionistas israelíes y estadounidenses, que gastan tiempo y dinero en representar a Irán como una dictadura diabólica que lo único que se merece es que la bombardean, quienes están molestos ante este florecimiento democrático. Igualmente escandalizados por esta elección está la pintoresca banda de yihadistas de pintalabios a lo Hirsi Ali que están escribiendo una fantasía erótica tras otra sobre las “mujeres” iraníes, la supra-sexualizada política iraní que opta por el “amor y el peligro” durante su “luna de miel en Teherán”. La representación de las mujeres iraníes en el mercado de las pulgas de la industria publicitaria estadounidense empezó bajo el Presidente Bush con “Reading Lolita in Tehran” de Azar Nafisi, y ha alcanzado ahora una nueva sima de depravación con “Passionate Uprisings: Iran’s Sexual Revolution”. Así es que Nafisi y Mahdavi sitúan a las mujeres iraníes entre un harén lleno de Lolitas y una casa de baños de ninfomaníacas, desesperadas a la espera de la liberación por parte de los marines estadounidenses y los bombarderos israelíes. ¡Qué contraste con el trabajo real de las mujeres, con todo el testimonio ofrecido en estas elecciones y ahora en la calle defendiendo la voluntad colectiva de la nación.

A ambos lados de Irán, yacen aniquilados Iraq y Afganistán, liberados para la democracia por George W Bush y por Barack Obama ahora. En medio, millones de iraníes que habrían sido mutilados o asesinados en una “liberación” parecida se derramaron pacíficamente por las calles y marcharon jubilosos a votar a los colegios electorales, en una marcha de las bases hacia la democracia, limitada e imperfecta pero prometedora y bella. Y ahora que piensan que les han robado sus votos son aún más capaces para exigir que se los devuelvan.

Cualquiera que pueda ser el ganador final de las elecciones iraníes, los fanáticos sionistas de Israel y los EEUU, los que se dedican a potenciar a los Mullahs de Teherán y Qom, los oportunistas de carrera y compradores de intelectuales desde Washington DC hasta California, son sus más rabiosos perdedores. Los ganadores son el indómito pueblo de Irán. Somos testigos, a pesar de las controversias, de un triunfo del pluralismo democrático, desde Líbano a Irán: una pesadilla para el estado judío que quiere que toda la región se convierta a su imagen y semejanza de apartheid racista y delirante donde las sectas y las facciones se combaten unas a otras hasta un final devastador. En efecto, sólo un “culto apocalíptico mesiánico” puede describir al país del hombre que pronunció esas palabras.

“Sr. Primer Ministro, Vos protestáis demasiado”.

Hamid Dabashi es Profesor de Estudios Iraníes en el Centro Hagop Kevorkian y Literatura Comparada en la Universidad de Columbia en Nueva York.

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