El “Procedimiento de Johnny”

Uri Avnery
Rebelión
Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
21/07/09

Como el fantasma del padre de Hamlet, el espíritu maligno de la guerra de Gaza se niega a dejarnos en paz. Esta semana ha vuelto para perturbar la tranquilidad de los jefes del Estado y el ejército.

“Rompiendo el Silencio”, un grupo de valientes ex soldados de combate, publicó un informe compuesto por testimonios de 30 combatientes de la guerra de Gaza. Un informe impresionante sobre acciones que pueden considerarse crímenes de guerra.

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Los generales se han puesto automáticamente en modo de negación. ¿Por qué no revelan su identidad los soldados?, preguntan inocentemente. ¿Por qué les oscurecen las caras en el video de los testimonios? ¿Por qué ocultan sus nombres y unidades?

¿Cómo podemos estar seguros de que no son actores que leen un texto elaborado por los enemigos de Israel? ¿Cómo podemos saber que esta organización no está manipulada por extranjeros que financian sus acciones? Y de todas maneras, ¿cómo sabemos que no mienten por rencor?

Se puede responder con un dicho hebreo: “da la sensación de verdad”. Cualquiera que haya sido un soldado combatiente en una guerra, en cualquier guerra, reconoce de inmediato la verdad en esos informes. Todos conocen a un soldado que no esta dispuesto a volver a casa sin una X en su cañón que demuestre que ha matado por lo menos a un enemigo. (Una de esas personas aparece en mi libro “La otra cara de la moneda”, que escribí hace 60 años y se publicó en inglés el año pasado como segunda parte de “1948: Historia de un soldado”). Estuve allí.

Los testimonios sobre el uso del fósforo, sobre bombardeos masivos de edificios, sobre el “procedimiento del vecino” (utilización de civiles como escudos humanos), sobre matar a “todo lo que se mueva”, sobre el uso de cualquier método para evitar bajas en nuestro lado, todos corroboran los primeros testimonios sobre la guerra de Gaza, no existen dudas razonables sobre su autenticidad. He aprendido del informe que el “procedimiento del vecino” ahora se llama “el procedimiento Johnny”, Dios sabe por qué Johnny y no Ahmad.

La hipocresía de los generales llega al colmo con su petición de que los soldados vayan adelante y cursen sus quejas a sus comandantes con el fin de que el ejército pueda investigarlas por los canales adecuados.

En primer lugar, ya hemos visto la farsa de la investigación propia del ejército.

En segundo lugar, y éste es el punto principal, sólo una persona que pretenda convertirse en mártir lo haría. Un soldado en una unidad de combate es una parte del ajustado ensamblaje de un grupo cuyo principio más elevado es la lealtad a los camaradas y su mandamiento “¡No delatarás!”. Si revela actuaciones cuestionables de las que ha sido testigo, será considerado un traidor y condenado al ostracismo. Su vida se convertirá en un infierno. Sabe que todos sus superiores, desde el simple cabo de escuadra al comandante de división, le perseguirán.

Este llamamiento a seguir los “canales oficiales” es un vil método de los generales –miembros del Estado Mayor, portavoces del ejército, abogados militares– para desviar la discusión sobre las acusaciones a la de la identidad de los testigos. No menos despreciables son los soldaditos de plomo llamados “corresponsales militares”, que colaboran con ellos.

Pero antes de acusar a los soldados que cometieron los actos descritos en los testimonios, tendríamos que preguntarnos si la propia decisión de empezar la guerra no conducía inevitablemente a los crímenes.

El profesor Assa Kasher, padre del “Código Ético” del ejército y uno de los más fervientes partidarios de la guerra de Gaza, afirmó en un ensayo al respecto que un Estado tiene derecho a ir a la guerra sólo en defensa propia y únicamente si la guerra constituye “el último recurso”. “Todas alternativas” para alcanzar el objetivo legítimo “deben haberse agotado”.

La causa oficial de la guerra fue el lanzamiento de cohetes desde la Franja de Gaza contra ciudades y pueblos del sur de Israel. Ni que decir tiene que el deber de un Estado es defender de los cohetes a sus ciudadanos. Pero, ¿realmente se agotaron todos los medios para lograr ese objetivo sin la guerra? Kasher responde con un “Sí” rotundo. Su argumento principal es que “no hay justificación para exigir que Israel negociara directamente con una organización terrorista que no le reconoce y niega su derecho a existir.”

Esto no pasa la prueba de la lógica. El objetivo de las negociaciones se supone que no era el reconocimiento por parte de Hamás del Estado de Israel y su derecho a existir (en cualquier caso, ¿quién lo necesita?) sino conseguir que dejasen de lanzar cohetes contra ciudadanos israelíes. En esas negociaciones la otra parte, comprensiblemente, habría pedido el levantamiento del bloqueo contra la población de la Franja de Gaza y la apertura de los pasos de aprovisionamiento. Es razonable suponer que era posible alcanzar -con ayuda de Egipto- un acuerdo que también habría incluido el intercambio de prisioneros.

Esta vía no sólo no se agotó, ni siquiera se intentó. El gobierno israelí se ha negado repetidamente a negociar con una “organización terrorista” e incluso con el Gobierno Palestino de Unidad que existió durante algún tiempo y en el que Hamás estaba representado.

Por consiguiente, la decisión de empezar la guerra en Gaza, con una población civil de un millón y medio de habitantes, todavía no estaba justificada según los criterios de Kasher. “Todas la vías alternativas” no se habían agotado, ni siquiera se intentaron.

Pero todos sabemos que aparte de la razón oficial también había una extraoficial: derrocar el gobierno de Hamás en la Franja de Gaza. En el transcurso de la guerra, los portavoces oficiales afirmaron que había necesidad de poner “una etiqueta con el precio”, en otras palabras, causar muerte y destrucción no para dañar a los propios “terroristas” (lo cual habría sido casi imposible) sino para convertir la vida de la población civil en un infierno de forma que se levantara y derrocara a Hamás.

La inmoralidad de esta estrategia es paralela a su ineficacia: nuestra propia experiencia nos ha enseñado que semejantes métodos sólo sirven para endurecer la resolución de la población y unirla alrededor de su valeroso liderazgo.

¿Era posible llevar a cabo esta guerra sin cometer crímenes de guerra? Cuando un gobierno decide lanzar su ejército regular contra una organización guerrillera, que por su propia naturaleza lucha desde el interior de la población civil, está perfectamente claro que se infligirá un terrible sufrimiento a dicha población. El argumento de que el daño causado a la población y la matanza de miles de hombres, mujeres y niños eran de por sí inevitables, han llevado a la conclusión de que la decisión de empezar la guerra era un acto terrible desde el principio.

El aparato de la Defensa tiró por el camino más fácil. Los ministros y generales simplemente afirmaban que no creían los informes palestinos e internacionales sobre la muerte y destrucción, afirmando que eran de nuevo, en palabras de Kasher, “erróneos y falsos”. Sólo para estar seguros, decidieron boicotear la comisión de las Naciones Unidas que está investigando actualmente la guerra, encabezada por un respetado juez sudafricano que es tanto judío como sionista.

Assa Kasher adopta una actitud similar cuando dice: “Alguien que no conoce todos los detalles de una acción no puede evaluarla de un modo serio, profesional y responsable, y por consiguiente no debe hacerlo, a pesar de cualquier tentación emocional o política.” Exige que esperemos hasta que el ejército israelí concluya sus investigaciones, antes de que siquiera discutamos el asunto.

¿De veras? Cualquier organización que se investigue a sí misma carece de credibilidad, por no hablar de un cuerpo jerarquizado como el ejército. Además el ejército no tiene –y no puede obtener– el testimonio de los principales testigos presenciales: los habitantes de Gaza. Una investigación basada solamente en el testimonio de los perpetradores, pero no de las víctimas, es ridícula. Ahora, incluso los testimonios de los soldados de “Rompiendo el Silencio” no cuentan porque éstos no pueden revelar sus identidades.

En una guerra entre un ejército poderoso equipado con el armamento más sofisticado del mundo y una organización guerrillera, se suscitan algunas cuestiones éticas básicas. ¿Cómo deben comportarse cuando se enfrentan a una estructura en la que no sólo hay combatientes enemigos a quienes están “autorizados” a golpear, sino también civiles desarmados, a los que tienen “prohibido” golpear?

Kasher cita algunas de esas situaciones. Por ejemplo: un edificio en el que hay tanto “terroristas” como no combatientes. ¿Se debe atacar con fuego aéreo o de artillería que mate a todo el mundo, o hay que enviar soldados que arriesguen sus vidas y maten solamente a los combatientes? Su respuesta: no hay justificación para arriesgar la vida de nuestros soldados para salvar la vida de civiles enemigos. Un ataque aéreo o de artillería debe tener preferencia.

Esto no responde a la cuestión sobre el uso de la aviación para destruir cientos de casas suficientemente lejos de nuestros soldados, de las que no emanaba peligro para ellos, ni a la masacre de decenas de reclutas de la policía palestina que desfilaban, ni a la matanza del personal de la ONU en convoyes de provisión de alimentos. Ni a la del uso ilegal de fósforo blanco contra civiles, como se describe en los testimonios de los soldados recopilados en “Rompiendo el Silencio”, ni para el uso de uranio empobrecido y otras sustancias cancerígenas.

El país entero vio en directo por televisión cómo un obús impactó contra el apartamento de un médico y exterminó a casi toda su familia. Según el testimonio de civiles palestinos y observadores internacionales, ocurrieron muchos incidentes como éste.

El ejército israelí se sintió orgulloso del método de avisar a los habitantes por medio de octavillas, llamadas de teléfono y similares para inducirlos a que huyeran. Pero todos –y en primer lugar los propios avisadores– sabíamos que los civiles no tenían ningún lugar seguro al que escapar y que no había vías de escape claras y seguras. En realidad, muchos civiles fueron tiroteados mientras trataban de huir.

No debemos eludir la más dura de todas las cuestiones morales: ¿es permisible arriesgar la vida de nuestros soldados para salvar a los ancianos, mujeres y niños del “enemigo”? La respuesta de Assa Kasher, el ideólogo del “ejército más ético del mundo”, es inequívoca: está absolutamente prohibido arriesgar la vida de nuestros soldados. La frase más concluyente de todo su ensayo es: “Por consiguiente… el Estado debe dar preferencia a la vida de sus soldados sobre la vida de los vecinos (desarmados) de un terrorista.”

Hay que leer estas palabras varias veces para captar todas sus implicaciones. Lo que realmente se dice aquí es: si es necesario para evitar bajas entre nuestros soldados, es mejor matar civiles enemigos sin ningún límite.

Mirando hacia atrás, sólo podemos alegrarnos de que los soldados británicos que combatieron contra el Irgun y el grupo Stern no tuvieran una guía ética como la de Kasher.

Éste es el principio que guió al ejército israelí en la guerra de Gaza, y hasta donde yo sé, es una nueva doctrina: para evitar la pérdida de la vida de un solo soldado de los nuestros, está permitido matar a 10, 100 e incluso 1.000 civiles enemigos. Guerra sin bajas en nuestro lado. El resultado numérico da testimonio: más de 1.000 personas muertas en Gaza, uno o dos tercios de ellas (dependiendo de a quién se pregunte) eran civiles, mujeres y niños masacrados por el fuego enemigo, frente a 6 (seis) soldados israelíes muertos por fuego enemigo. (Cuatro más murieron por fuego “amigo”.)

Kasher afirma explícitamente que está justificado matar a un niño palestino que esté en compañía de un centenar de “terroristas”, porque los “terroristas” pueden matar niños en Siderot. Pero, en realidad, el caso ha sido asesinar a cien niños que estaban en compañía de un “terrorista”.

Si despojamos a esta doctrina de todos sus ornamentos, lo que queda es un simple principio: el Estado debe proteger la vida de sus soldados a cualquier precio, sin ningún límite ni ley. Una guerra de cero bajas. Esto lleva necesariamente a la táctica de matar a todas las personas y destruir todos los edificios que puedan representar un peligro para los soldados, creando un espacio vacío frente a las tropas que avanzan.

Sólo se puede extraer una conclusión de todo esto: A partir de ahora, cualquier decisión israelí de empezar una guerra en una zona poblada es un crimen de guerra y debemos honrar a los soldados que se rebelen contra ese crimen. Y bendecirlos.

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