Los treinta buques que están envenenando el Mediterráneo

Paolo Griseri y Francesco Viviano
La Repubblica
Traducido para Rebelión por S. Seguí
29/09/09

Sustancias tóxicas y restos humanos en el pecio del Cunski

Dos puntos amarillos tras el cristal de un ojo de buey. Las luces de una cámara submarina iluminan la escena. Los puntos amarillos están justo en el centro de la imagen, por encima de la fecha y hora de la carga: 12 de septiembre de 2009, 17.33. Una nueva sombra, un chorrillo de veneno sale de una fisura del casco. Otras masas negras, tal vez peces, se vislumbran en la oscuridad de los restos del naufragio. Las imágenes que parecen confirmar la “sospecha inquietante” del fiscal de Paola, Bruno Giordano: “Detrás de ese ojo de buey podrían estar los cráneos de dos marineros.” No sólo es una bomba de relojería ecológica, los restos del naufragio frente a las costas de Calabria son un ataúd. El destino final para los marineros, tanto regulares como irregulares, era el Cunski, con su carga inconfesable: un vertedero de venenos y de hombres. ¿Cuántos Cunski guardan secretos y liberan veneno en el fondo del Mediterráneo? La pregunta es la misma que perseguía hace catorce años el capitán de navío Natale De Grazia. En el corazón de la investigación, tomaba notas.

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Una de las últimas, hasta ahora inédita, tiene algunos signos de interrogación y varias certezas. Vale la pena leerla: "¿Barcos? 7/8 de Italia y Chipre. ¿Dónde están y cuáles son? Cargadores y consignatarios. Punto de unión entre Rigel y Comerio. Hira, Ara, Tremiti. Bajo Adriático. Puertos de salida: Marina di Carrara m/v Akbaya. Salerno/Savona/Castellammare di Stabia/Otranto/Porto Nogaro/Río. Sulina Beirut. c/v Spagnolo. Materiales radiactivos.”

¿Cuál era el mapa a que se refería el capitán Natale De Grazia en el otoño de 1995? Nunca lo sabremos. En la noche del 12 de diciembre, De Grazia se desploma en el asiento trasero del automóvil que lo lleva a La Spezia tras el misterio de los buques transportadores de sustancias venenosas. Muerto de un ataque al corazón, dice el doctor. Sin embargo, se trata de un infarto especial, ya que poco después el capitán será condecorado con la medalla de oro al valor militar. Se inicia aquí, en este apunte inédito, el viaje en busca de los buques cargados de sustancias tóxicas, hundidos no sólo en Italia, sino en todo el Mediterráneo y el Cuerno de África.

Una historia que comienza legalmente, entre las batas blancas de los laboratorios de una agencia de la Unión Europea, se convierte en una oportunidad de enriquecimiento para personajes sin escrúpulos, y en mercancía de intercambio para traficantes de armas y personas. En el fondo, pero no demasiado, se trata de una increíble tangentópolis somalí y de la muerte todavía sin explicación oficial de Ilaria Alpi y Miran Hrovatin. El 18 de enero de 2005, respondiendo a preguntas de la investigación parlamentaria sobre la muerte de los dos periodistas italianos, el fiscal de Reggio Calabria Francesco Neri reveló que “el mapa con los puntos de hundimiento y las indicaciones de Greenpeace coinciden con los mapas de Comerio.”

La investigación sobre los buques transportadores de sustancias tóxicas se mantuvo fuera del escrutinio público durante doce años. Hasta el momento, el 12 de septiembre pasado, en que el diario Il Manifesto revela que un arrepentido, Francesco Fonti, había permitido descubrir un nuevo naufragio en el lecho marino frente a las costas de Calabria. Una historia de la que también se hará cargo ahora Comisión Antimafia. Así, la búsqueda de nuevas bombas ecológicas hundidas ha devuelto el mapa de Comerio a la actualidad.

En los documentos de la comisión de investigación aparece por todas partes Giorgio Comerio, un empresario de antenas y equipos de investigación geológica. En una entrevista afirma ser víctima de un dramático malentendido: “Me paró en la frontera un guardia de fronteras que no sabía del proyecto Euratom, es una exageración malintencionada.” Una versión que al fiscal le parece demasiado simple: “Tenía relaciones con los servicios secretos iraquíes y argentinos, y había comprado los residuos de medio mundo.”

El comienzo de la historia de los buques cargados de sustancias tóxicas está en Italia, en la orilla lombarda del lago Maggiore, en la sede del Ispra, el Instituto Superior para la Protección Ambiental y la Investigación, que trabaja en proyectos de Euratom. Es aquí donde, según el fiscal Nicola Maria Pace, en el primer decenio de este siglo toma forma un proyecto ambicioso: "En Ispra –declaró Pace en marzo de 2005– en las instalaciones del Euratom en Varese y mediante financiación japonesa y estadounidense se inicia un proyecto alternativo al sistema de almacenamiento de residuos nucleares en cavidades geológicas. A este proyecto, llamado Dodos, que contó con la participación de cientos de técnicos de todo el mundo, contribuyeron dos científicos del Enea y también Giorgio Comerio.” La idea es sumergir en el mar el material radiactivo estibado en las ojivas de los torpedos. Este proyecto será abandonado por temor a las protestas de los ecologistas. "Para evitar que las ideas de este tipo se pusieran en práctica –recuerda Enrico Fontana, de Legambiente– se firmó el Convención de las Naciones Unidas que impide el vertido de materiales peligrosos en los fondos marinos".

Comerio, en cambio, se da cuenta de que este procedimiento puede convertirse en la gallina de los huevos de oro. Crea una empresa, de nombre ODM (por supuesto, con sede en el paraíso fiscal de las Islas Vírgenes), y adquiere los derechos de la nueva tecnología. Descubre un juez en Liubliana (Eslovenia), que da luz verde al nuevo sistema, afirmando no está en conflicto con el Convención de las Naciones Unidas. Con ello pone en marcha el proyecto. A partir de ese momento, Comerio entra en el mercado a través de una página web y visita a los gobiernos de todo el mundo, ofreciendo disponer de los residuos a precios reducidísimos. Francia y Suiza se niegan, pero los encargos, especialmente los encargos en negro, empiezan a llegar.

El mapa de los hundimientos es el elaborado, en el Mediterráneo y en los océanos, por el grupo de científicos de Ispra. Pero ahora el proyecto está fuera de control. En las manos de Comerio cambia de naturaleza. En la audiencia ante la comisión que investiga la muerte de Ilaria Alpi, el fiscal Pace relata un aspecto increíble: la historia de "un acuerdo con una junta militar africana, que se comprometió a vender a Comerio tres islas, una de las cuales se la habría alquilado para instalar un centro de evacuación de residuos radiactivos en el mar, otra sería vendida a Salvatore Ligresti para que construyera poblados turísticos, y la tercera sería cedida al profesor Carlo Rubbia, para que pudiera instalar un pequeño reactor suficiente para suministrar energía tanto a la instalación de evacuación de residuos como a los poblados.” Rubbia y Ligresti, por supuesto, rechazaron el proyecto.

El mecanismo es imparable. Comerio contacta los gobiernos de Sierra Leona, Sudáfrica y Austria. Y propone un negocio al gobierno somalí: cinco millones de dólares a cambio de poder hundir residuos radiactivos frente a la costa somalí, más 10.000 euros de mordida para el jefe del bando vencedor en ese momento, Ali Mahdi, por cada misil hundido en el mar. Pagaderos en el extranjero, por supuesto. Todo ello confirmado por faxes enviados por Comerio en el otoño de 1994 al plenipotenciario del Mahdi, Abdullahi Ahmed Afrah, obtenidos por la comisión que investiga la muerte de la periodista Ilaria Alpi, de la RAI, que había descubierto el tráfico y, peor aún, la mordida.

Algo similar había descubierto De Grazia. Por orden del fiscal de Reggio, Francesco Neri, De Grazia había allanado la vivienda de Giorgio Comerio, en Garlasco. Era septiembre de 1995, un año después de la muerte de los periodistas en Somalia. El capitán italiano seguía las rutas de los buques de los tóxicos. Investigaba el Riegel, hundido en 1987 en el Mar Jónico, y el Rosso, encallado frente a Amantea el 14 de diciembre de1990.

Hubo “al menos treinta” barcos cargados con sustancias tóxicas, según varios arrepentidos. En la cabina de mando del Rosso se descubre un mapa de los sitios de hundimiento, el mismo que fue encontrado, cinco años después, en la casa de Comerio. De Grazia investiga los hundimientos pero también las rutas. Y descubre que si bien el cementerio de las sustancias tóxicas está en los mares del sur de Italia, los puertos de partida se hallan en el norte, en ese misterioso rincón entre la Toscana y la Liguria, donde se reúnen dos condiciones favorables: la zona militar de La Spezia y las canteras de mármol de los Alpes Apuanos. La zona militar garantiza la confidencialidad y los gránulos de mármol cubren las emisiones de los residuos radiactivos: “Íbamos hacia La Spezia –informa hoy uno de los que se encontraban en el automóvil de De Grazia en su último viaje, el 12 de diciembre– para comprobar en el registro naval los nombres de cerca de 180 barcos hundidos sospechosamente en los últimos años y que habían zarpado de esa zona”. El capitán nunca llegaría a La Spezia. Pero ya había descubierto muchas cosas.

Sabía, por ejemplo, que en casa de Comerio había una cartera de mano, una carpeta –cuenta Neri– en la que figuraba escrito “Somalia” y el número 1831. En la carpeta estaba el certificado de defunción de Ilaria Alpi. Hoy, por supuesto, desaparecido de los archivo.

S. Seguí es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a los autores, el traductor y la fuente.

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