Pensamiento latinoamericano, cultura e identidades

Fernando Martínez Heredia
La Jiribilla
14/09/09

Hoy enfrentamos numerosos problemas, pero tenemos muchos avances y existe una cultura de rebeldía acumulada.

Cinco siglos de colonización y subordinación al capitalismo mundial en América Latina y el Caribe han producido un complejo de dominación que estamos obligados a conocer muy bien, para poder destruirlo y superarlo, y que no pueda renacer y reproducirse bajo nuevas formas. La reproducción con cambios de la dominación burguesa e imperialista tiene una historia, que es la de las reformulaciones de su hegemonía. Para ser eficaz, siempre se ve precisada a incluir partes de lo que estuvo excluido, tiene que utilizar una parte de los símbolos y de las demandas de las rebeldías que han combatido a su dominación. Tenemos que recuperar la historia de las revoluciones y de las luchas rebeldes, la historia de las resistencias múltiples y diferentes a las diferentes formas de dominación sociales y humanas que han formado un todo finalmente con la dominación del capitalismo, y que encuentran su último sentido y su capacidad de mandar o de sobrevivir en esa dominación capitalista. Pero también nos es imprescindible recuperar la historia de las adecuaciones y las subordinaciones de las sociedades y las personas a la dominación y conocer el entramado de formas en que esa subordinación sucede, ver cómo se teje una y otra vez el dominio, identificar los cómplices y las complicidades, que van desde los criminales, las empresas y los gobernantes corruptos hasta una parte de las actividades, las motivaciones y las ideas de nosotros mismos.

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Me toca entonces escoger solo algunos temas y mencionarlas. Ante todo, llamo la atención sobre la colonización mental y de los sentimientos. Nuestro continente ha sido un teatro privilegiado de la mundialización del capitalismo. Cometió genocidios, ecocidios, destrucción de culturas, los mayores traslados de poblaciones para su explotación como trabajadores, pero también surgieron aquí nuevas sociedades que han combinado culturas muy disímiles y que han elaborado identidades de grupos y nacionales nuevas. América Latina y el Caribe han utilizado las revoluciones para darse identidades nacionales propias y Estados republicanos desde hace más de dos siglos, inclusive comenzó por la más grande y victoriosa revolución de esclavos de la historia, la haitiana, que venció a las grandes potencias y proclamó una Constitución más avanzada que la famosa de los EE.UU. Pero también ha sido nuestro continente el primero en sufrir la neocolonización, forma fundamental de la expansión mundial del capitalismo maduro.

Los regímenes neocoloniales son regidos por el imperialismo y las clases dominantes de cada país, que son, al mismo tiempo, beneficiarias, cómplices y sometidas. Se han desarrollado contradicciones muy profundas en repúblicas que excluyen a una parte de sus poblaciones de los derechos ciudadanos y de la renta nacional, realizan esfuerzos civilizatorios y modernizadores que aplastan a comunidades y economías locales, e imponen idiomas, leyes y costumbres, difundieron una ideología del progreso que ha legitimado a esos aplastamientos y al racismo, emprendieron proyectos de desarrollo que en vez de aportar independencia del capitalismo internacional explotador han resultado renovaciones de la integración subordinada a él y formación de nuevos grupos explotadores y de poder que se suman a los existentes o los desplazan.

Esas dominaciones han sido combatidas por resistentes y rebeldes, desde hace siglos hasta hoy. Nosotros somos los herederos de esos combates, y estamos obligados a resistir mejor y a inventar, a crear las formas de triunfar y de cambiarnos a nosotros mismos al mismo tiempo que transformamos las sociedades a través de las luchas emancipatorias, y que creamos y sostenemos poderes revolucionarios capaces de servir como instrumentos para proyectos cada vez más ambiciosos de liberación.

Una parte importante de esas prácticas es la elaboración y el desarrollo de un pensamiento revolucionario propio, nuestro, que logre liberarse de las necolonizaciones mentales y de los sentimientos, y de las fragmentaciones, confusiones, sectarismos y otras deficiencias que portamos. Está claro que es muy difícil, pero todas las cosas importantes son muy difíciles.

Tenemos que apoderarnos del lenguaje, liberarlo de sus prisiones y fronteras, quitarnos el temor a ser dueños de él y que nos sirva para pensar, porque el lenguaje es imprescindible para pensar. No hay lenguaje inocente, nuestros enemigos lo saben bien y tratan de ponerlo a su servicio, sostienen una guerra del lenguaje, como sostienen en conjunto una gigantesca guerra cultural mundial. El pensamiento latinoamericano sufrió mucho por las victorias del capitalismo en la última parte del siglo XX, aunque ya padecía problemas propios muy graves. El lenguaje de la liberación se perdió en un grado alto. Es cierto que en las etapas peores no es cuerdo hablarle a todos como si estuviéramos al borde de la victoria. Me gusta que hayamos usado la palabra “alternativa”, porque ha sido un buen recurso cuando, por una parte, parecía imposible mencionar “revolución”, “socialismo”, “imperialismo” o “liberación”, y por otra, muchos tenían una sana desconfianza de las grandes palabras que no habían podido guiar la resistencia y la rebeldía hacia triunfos, o al menos defender lo que se había conquistado o conseguido, mientras que los dominantes tenían una fuerza que parecía todopoderosa y un dominio cultural muy grande.

Hoy estamos en un momento muy diferente en América Latina y el Caribe. Varios poderes revolucionarios están actuando y fortaleciéndose, está ascendiendo la conciencia social y política de los pueblos, crecen los movimientos populares, existe un grado mayor de autonomía frente a EE.UU. que es utilizado por cierto número de países, y desde diferentes posiciones e intereses avanzan procesos y conciencia de integración continental. Al mismo tiempo, el imperialismo norteamericano —que ahora tiene el rostro de un joven negro en la proa— se mueve en abierta contraofensiva, como queda claro con el golpe de Estado en Honduras y el establecimiento público de sus bases en Colombia. El recurso de agredirnos está ante nosotros y es el más visible, pero no es el único. Dividir, confundir, seguir dominando culturalmente siguen siendo armas muy efectivas. Para liberar el lenguaje y el pensamiento no se necesita poseer grandes recursos materiales, y en la medida en que lo logremos tendremos una fuerza tremenda a nuestro favor y una capacidad creciente de desarrollar cada una de nuestras identidades, nuestros proyectos y nuestras luchas. Y de unirnos, no de palabra o de buenas intenciones, porque nuestros encuentros serán incomparablemente más ricos y fructíferos, y las ideas y los problemas concretos que nos separan serán más comprensibles y más fácilmente superables.

El último siglo ofrece a la humanidad un saldo extraordinario para las potencialidades de emancipación humana y social. En la América Latina y el Caribe de hace medio siglo se levantaron las resistencias y los combates de una ola revolucionaria que formó parte de la segunda ola mundial del siglo XX, que a diferencia de la primera —la iniciada con la Revolución bolchevique en 1917— tuvo su centro en el Tercer Mundo. Pero los conocimientos y las posiciones de los que combatieron y resistieron eran demasiado limitados. Hoy no es así. Contamos con una inmensa acumulación cultural de identidades y formas organizativas populares, de experiencias y de ideas de insumisión y de rebeldías. Por su parte, el imperialismo se ve obligado, por su naturaleza actual extremadamente centralizada, parasitaria, excluyente y depredadora, a poner en el centro su guerra cultural, a conseguir que las grandes mayorías, por mucho que se desarrollen, permanezcan presas en sus propios horizontes delimitados y fraccionados, no desafíen los fundamentos mismos de la dominación y acepten de un modo u otro que la única organización factible de la vida cotidiana o ciudadana es la regida por el capitalismo.

La estrategia de la dominación resulta entonces compleja, y utiliza una multiplicidad de formas que están a su alcance. Por el saqueo de los recursos y el ejercicio de su poder es capaz de todo, como siempre. Ahí está el genocidio en Iraq y la ocupación militar permanente de países, como hacía el viejo colonialismo, en pleno siglo XXI, aunque está también la lección para todos de que los pueblos que se levantan a pelear no pueden ser derrotados ni por la potencia militar más grande y desarrollada del planeta. El imperialismo amenaza con sus bases, golpes y flotas en nuestro continente, pero sin dejar de armar y sostener a sus servidores y cómplices, de actuar a favor de la división entre los países, para sabotear los avances de las autonomías, las alianzas y la integración continental, de ofrecer fracciones de lo que ha saqueado y saquea, de presionar y forzar a los que se muestran tímidos y débiles. En otros planos, trabaja a favor de su dominio —en estrecha unión con los dominantes en cada país—, válido de un sistema totalitario de información y de formación de opinión pública y de una parte de los gustos, de su inmensa producción e implantación cultural, del atractivo que ella conserva, de los avances de una homogeneización mundial controlada que penetra, anega y socava las culturas de los pueblos. Fomenta una cultura del miedo, del individualismo, de la conversión de todo en mercancía, de la indiferencia, del sálvese quien pueda, que permite, por ejemplo, mostrar en un mismo noticiero a una multitud de víctimas del hambre, índices financieros que nadie entiende y visitas y anécdotas de los poderosos. Al mismo tiempo, la dominación puede reconocer multiculturalidades y diversidades, siempre que no afecten sus intereses esenciales, envenenar el medio en que viven comunidades o despojarlas de él cuando conviene a sus negocios, cooptar líderes, hacer un poco de filantropía o mandar a matar a díscolos y rebeldes.

El pensamiento latinoamericano tiene tareas extraordinarias que realizar. Trataré de sintetizarlas muy brevemente en unos comentarios finales:

a) superar el retraso que tiene, que fue inducido, frente a la nueva situación y frente a problemas principales que son más antiguos.

b) retomar el socialismo como horizonte, y asumir críticamente el marxismo que está regresando, el marxismo de los revolucionarios. No permitir de ningún modo el regreso del dogmatismo. El pensamiento no debe ser un fetiche ni un adorno para sentirse bien o para adquirir seguridad.

c) ayudar a los movimientos populares y los oprimidos a comprender las relaciones que existen entre los medios, identidades, demandas, luchas y proyectos de cada uno y el sistema de dominación como una totalidad, con sus fuerzas, acciones, ideología y contradicciones. Ayudar a comprender la dominación cultural, y las reformulaciones de la hegemonía de las clases dominantes.

d) abandonar la soberbia de exigirles a los que luchan que entren en las camisas de fuerza de concepciones equivocadas, y, cuando no lo hacen, denunciarlos como “traidores” y “colaboradores”. Partir de las realidades que existen y de su ser real, no de lo que creamos que deben ser, pero no para adecuarnos o resignarnos a ellas, sino para participar en el trabajo de cambiarlas a favor de los pueblos.

e) plantear a los movimientos populares la centralidad de lo político, y argumentar y convencer acerca de esa necesidad. Al mismo tiempo, aprender y desaprender acerca de problemas fundamentales de lo político, como son: la naturaleza y rasgos fundamentales de la organización, las relaciones entre los compañeros y compañeras con los demás miembros del pueblo, la necesidad de tomar el poder y en qué consiste este, las alianzas, los problemas de la estrategia y de las tácticas, la necesidad de considerar y combinar todas las vías y todas las formas de lucha, incluida la violencia revolucionaria, las relaciones acertadas entre los cambios y el aumento de capacidades de las personas y los grupos sociales y los cambios a lograr por el movimiento popular revolucionario en su conjunto.

f) desarrollar el pensamiento acerca de temas y problemas que en tiempos pasados no se veían o no se apreciaban, y que los avances de los movimientos populares han plasmado y hecho muy clara su importancia.

g) emprender y ganar la guerra del lenguaje, recuperar las nociones que han formado y desarrollado la cultura revolucionaria y trabajar con ellas en las nuevas condiciones y para los nuevos problemas.

h) utilizar nuestros instrumentos de educación para la formación y las tareas que tenemos, no depender de ellos como si fueran nuestros objetivos.

i) revolucionar las ideas mismas que se han tenido acerca del pensamiento —incluido el crítico— y sus funciones. No pretender ser la conciencia crítica del movimiento popular, sino militantes del campo popular. Avanzar hacia nuevas comprensiones de las relaciones entre el pensamiento y los movimientos populares y en la formación de nuevos intelectuales revolucionarios. Ser funcionales al movimiento popular sin perder la autonomía y los rasgos principales de su tipo de trabajo y su producción. Ejercer realmente el pensamiento, creador, crítico y autocrítico, sin miedo a tener criterios propios ni a equivocarse. Recuperar la memoria histórica y ayudar a formular los proyectos de liberación social y humana. Que la ley primera del pensamiento sea servir, pero desde su especificidad; y

j) ser siempre superiores a la mera reproducción de la vida vigente y de sus horizontes. Sin dejar de atender a lo cotidiano y a las luchas en curso, contribuir a la elaboración de estrategias y proyectos, y a la destrucción de los límites de lo posible, que es la única garantía de que sea viable la formación de nuevas personas y nuevas sociedades.

Notas:

1- Intervención para provocar el debate en la Comisión del mismo nombre, durante el VIII Taller Internacional sobre Paradigmas Emancipatorios, en La Habana, 5 de septiembre de 2009.

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