Un israelí llega a la dolorosa conclusión de que el boicot a Israel es el único modo de salvar a su país

Neve Gordon
Los Angeles Times
Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
10/09/09

Este verano, los periódicos israelíes están llenos de coléricos artículos sobre el impulso de un boicot internacional a Israel. Se han retirado películas de festivales israelíes de cine, Leonard Cohen está en el punto de mira de todo el mundo por su decisión de actuar en Tel Aviv y Oxfam ha roto sus relaciones con una portavoz de la celebridad, una actriz británica que publicita los cosméticos que se fabrican en los territorios ocupados. Es obvio que la campaña, que propone utilizar los mismos métodos que ayudaron a acabar con el apartheid en Sudáfrica, está ganando muchos adeptos por todo el mundo.

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No es de extrañar que muchos israelíes –incluso pacifistas– no la suscriban. Un boicot global no puede ayudar, sino que contiene ecos de antisemitismo. También se traen a colación cuestiones del doble rasero (¿por qué no boicotear a China por sus acreditadas violaciones de los derechos humanos?) y la posición, aparentemente contradictoria, de aprobar un boicot contra la nación propia.

Realmente no es un asunto sencillo para mí, como ciudadano israelí, requerir a gobiernos extranjeros, autoridades regionales, movimientos sociales internacionales, organizaciones religiosas, sindicatos y ciudadanos para que suspendan la cooperación con Israel. Pero hoy, cuando veo a mis dos hijos jugando en el patio, estoy convencido de que es el único camino para salvar a Israel de si mismo.

Digo esto porque Israel ha llegado a una encrucijada histórica y los tiempos de crisis exigen medidas drásticas. Lo digo como judío que ha elegido criar a sus hijos en Israel, que ha sido un miembro del campo israelí de la paz durante casi 30 años y que está profundamente preocupado por el futuro del país.

El modo más preciso de describir actualmente a Israel es como un Estado de apartheid. Durante más de 42 años, Israel ha controlado el territorio entre el valle del Jordán y el mar Mediterráneo. En esta región residen unos 6 millones de judíos y unos 5 millones de palestinos. De esta población, 3,5 millones de palestinos y casi medio millón de judíos viven en áreas que Israel ocupó en 1967, y aunque estos grupos viven en la misma zona, están sujetos a sistemas legales completamente diferentes. Los palestinos no tiene Estado y carecen de los derechos humanos más básicos. Por el contrario todos los judíos –ya vivan en los territorios ocupados o en Israel– son ciudadanos del Estado de Israel.

La pregunta que me mantienen en vela por la noche, en tanto que padre y ciudadano, es cómo asegurar que mis dos hijos, así como los hijos de mis vecinos palestinos, no crezcan en un régimen de apartheid.

Sólo hay dos métodos morales para lograr esta meta:

La primera es la solución de un solo Estado: ofrecer la ciudadanía a todos los palestinos y de este modo establecer un Estado democrático binacional en toda el área controlada por Israel. Dada la demografía, esto equivaldría a la defunción de Israel como Estado judío: para muchos judíos israelíes, esto es un anatema.

El segundo medio para acabar con nuestro apartheid es mediante la solución de los dos Estados, la cual implica la retirada de Israel a las fronteras anteriores a 1967 (con posibles intercambios de territorio, uno por otro), la división de Jerusalén y un reconocimiento del derecho palestino de retorno con la estipulación de que sólo se autorizaría a un número limitado de los 4,5 millones de refugiados a regresar a Israel, mientras que el resto podría hacerlo al nuevo Estado de Palestina.

Geográficamente, la solución de un Estado parece mucho más factible, porque judíos y palestinos ya están totalmente arraigados; de hecho, “sobre el terreno”, la solución de un Estado (de apartheid), es una realidad.

Ideológicamente, la solución de los dos Estados es más realista, porque menos del 1% de los judíos y sólo una minoría de palestinos apoyan el binacionalismo.

Por ahora, pese a las dificultades concretas, tiene más sentido alterar las realidades geográficas que las ideológicas. Si en una fecha futura los dos pueblos deciden compartir un Estado podrán hacerlo, pero en la actualidad es algo que no quieren.

Así, si la solución de los dos Estados es el camino para detener al Estado de apartheid, entonces, ¿cómo lograr esta meta?

Estoy convencido de que la presión exterior es la única respuesta. A lo largo de los tres últimos decenios, el número de colonos en los territorios ocupados se ha incrementado drásticamente. El mito de la Jerusalén unida ha conducido a la creación de una ciudad de apartheid donde los palestinos no son ciudadanos y carecen de los servicios básicos. El campo israelí de la paz ha disminuido gradualmente, casi hasta extinguirse, y los políticos israelíes cada vez se mueven más hacia la extrema derecha.

Por consiguiente, para mí está claro que el único camino para contrarrestar la tendencia al apartheid en Israel es una presión internacional masiva. Las palabras y condenas de la administración Obama y la Unión Europea no han producido resultados, ni siquiera una congelación de los asentamientos, y mucho menos una decisión de retirada de los territorios ocupados.

En consecuencia, he decidido apoyar el movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones lanzado por activistas palestinos en julio de 2005 y que desde entonces ha ganado apoyos por todo el mundo. El objetivo es garantizar que Israel respete sus obligaciones bajo la ley internacional y se confiera a los palestinos el derecho a la autodeterminación.

En Bilbao, España, en 2008, una coalición de organizaciones de todo el mundo formuló los 10 puntos de la campaña Boicot, Desinversión y Sanciones que pretende presionar a Israel de una “manera, gradual y sostenible, es decir, sensible al contexto y las capacidades”. Por ejemplo, el esfuerzo empezaría con sanciones y desinversión en las firmas israelíes que operan en los territorios ocupados, seguidas por acciones contra quienes ayudan, apoyan y refuerzan la ocupación de una manera visible. En una línea similar, los artistas que vienen a Israel para llamar la atención sobre la ocupación son bienvenidos, los que sólo quieren actuar no lo son.

Todo lo demás no ha funcionado. Ejercer una presión internacional masiva sobre Israel es el único camino para garantizar a la próxima generación de israelíes y palestinos –incluidos mis dos hijos– que no van a crecer en un régimen de apartheid.

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