Por orden del Sr. Dios

M. García Viñó
Rebelión
07/12/09

Mi panadera es palestina. Hace tiempo, cuando yo iba a su tienda y no había público, nunca nos faltaba tema de conversación. Así me enteré de muchas cosas que no dicen los periódicos, pues con cierta frecuencia ella hablaba con su familia por teléfono o algún miembro o vecino de ésta venía a España.

...Siga leyendo, haciendo click en el título...


Cuando el hecho es llamativo, los periódicos sí hablan de él, aunque, la mayor parte de las veces, distorsionándolo. Como mínimo, la distorsión consiste en este caso en tratar la tragedia de los palestinos como un conflicto entre dos partes más o menos equiparables. Y aluden a esa tragedia, a la tragedia de UN pueblo, al sufrimiento del pueblo palestino, como “el conflicto palestino-israelí”. Publiqué un artículo sobre el tema en Rebelión.

Los periódicos, por ejemplo, no han informado a sus lectores de que los saqueos de casas palestinas por el ejército israelí son DIARIOS . Diariamente, varios grupos de soldados patrullan por las calles de ciudades y pueblos e irrumpen en las casas, rompen televisores y otros electrodomésticos, y muebles, rasgan fotografías, tiran la ropa por el suelo. La excusa es que “sospechan” que allí se esconde un terrorista. Y muchas veces hasta lo encuentran, porque, en teoría, para los israelíes, todos los palestinos son terroristas. Sin duda este comportamiento forma parte de una maniobra continuada de desgaste de la resistencia moral, de cansancio físico y anímico, de agotamiento, para que se vayan a hacinarse con otros en campos de refugiados los que no quieran hacinarse en la cárcel o el cementerio.

Más tarde, fui yo quien empezó a facilitar a mi amiga noticias y artículos sobre el problema. Ella tenía ordenador, pero no Internet. Yo le imprimía todos los artículos que publicaba REBELIÓN y se los daba cuando iba por el pan.

Podría rellenar un libro con lo que Mariam me contó en el curso de unos cuantos años. Voy a traer aquí solamente un suceso que tuvo lugar a los tres días de estar ella en un pueblo, no recuerdo el nombre, cerca de Jerusalén, a principios de agosto de hace tres veranos, el cual, por sí solo, podría llenar varios tomos de una historia universal de la infamia:

"Era mi tercera noche en la casa de mis padres. Sobre las diez de la noche, yo estaba en la terraza de la cocina, viendo cómo un niño de unos once o doce años, cambiaba una bandera israelí, que colgaba sobre la puerta de un edificio, por una palestina. Desde hace tiempo, las banderas palestinas están prohibidas y, por las noches, los chicos las cambian. A éste lo pillaron los soldados. Lo pillaron y, entre juegos, voces y risas lo quisieron obligar a besar la bandera israelí y pisar la de Palestina. El niño hizo todo lo contrario: besó la bandera palestina y pisoteó la israelí. Se lo llevaron a rastras a su casa. Vivía unas puertas más arriba que nosotros. Unos minutos más tarde, no se cuántos, oí un disparo. ¿Sabes lo que habían hecho los soldados? Habían subido al niño a su casa, habían sentado a sus padres en un sillón, y lo habían tumbado a él encima de las rodillas de sus padres Y le pegaron un tiro en la cabeza.

No me pidas que te cuente más historias de Palestina. He visto muchas cosas y muchas de ellas no he podido evitarlas, porque me apuntaba un M16 a la cabeza. La vida de un palestino vale muy poco".

Hubo un momento, ya ella de regreso, en que, en nuestras conversaciones, pretendíamos desentrañar la raíz del comportamiento de los israelíes. Una gente que, habiendo sufrido un holocausto que finalizó en 1945, inició, sólo tres años más tarde, la serie de rapiñas y crímenes que habría de desembocar en otro holocausto más infame, por su carga atroz de cinismo e hipocresía, su desafío casi burlesco a los organismos internacionales y a la comunidad internacional, su abuso de la fuerza: poseen el tercer ejército del mundo y, a donde no llega su poder, cuentan con la ayuda de los Estados Unidos. Los lectores de Rebelión saben bien que Israel ha desatendido unas cincuenta resoluciones condenatorias de las Naciones Unidas, todas ellas salvadas por el veto norteamericano.

Los palestinos son primos hermanos de quienes ahora los despojan y los matan. Son descendientes de los judíos que se quedaron en Palestina, tras la catástrofe del año 70, y que después se convirtieron al Islam. Los propios historiadores judíos han demostrado que nunca hubo la durante siglos pregonada diáspora, una más de las falsificaciones que el sionismo ha hecho de la historia. Han vivido en esa tierra durante más de dos mil años y, por lo tanto, son sus dueños naturales. Lo han hecho bajo sucesivas ocupaciones –romana, bizantina, otomana, inglesa., pero siempre como un pueblo y hasta teniendo algunos cargos administrativos. Las etapas del despojo que comenzó con la Declaración Balfour son de sobra conocidas por quienes se interesan por este tema. Su empeoramiento sistemático culminó, en lo político, en la cumbre de Oslo. Su horror desde el punto de vista humano, en el auténtico genocidio del año pasado en Gaza. En Oslo, los israelíes mintieron con bellaquería ante Yasser Arafat, con quien, teóricamente, iban a Pactar un reparto del territorio -en principio, por cierto, mucho menos equitativo y más perjudicial por tanto para los palestinos que el que llevara a cabo una incipiente ONU a mediados del siglo XX y que en más de sesenta año nadie se ha atrevido a hacer cumplir. Engañado o porque no tuvo otra opción, Arafat firmó un acuerdo que implicaba el reconocimiento del Estado de Israel pero que nada decía respecto a los problemas más importantes: Jerusalén, los refugiados, los asentamientos israelíes, la seguridad, las fronteras exactas.... A Israel le importó muy poco lo que firmaba: el mismísimo día siguiente se olvidaba de lo pactado sobre Gaza y Cisjordania y consentía nuevos asentamientos colonialistas, y continuaba hostigando a los palestinos con controles que les hacían y le hacen imposible desplazarse, carreteras para los ocupantes y otras peores para los ocupados, continuas prohibiciones para la entrada en los territorios mencionados de las ayudas internacionales, y hasta de las medicinas más imprescindibles, un muro de separación, y, en general, todo cuanto se deriva de una auténtica política de apartheid. Y apenas tuvo una excusa, como un atentado en Hebrón el 18 e noviembre de 2002, declaró nulos e inválidos los acuerdos de Oslo, mientras su presidente de entonces, Ariel Sharon, llamaba a la comunidad judía a extenderse por la zona.

¿Por qué tanta mentira, tanta maldad? nos preguntábamos. ¿Por qué tanta injusticia disfrazada, producto no de una mente enferma aislada, sino de un amplio grupo, que no ha dejado de incrementarse desde que, a finales del siglo XIX, Theodore Herltz fundó el sionismo? A los habitantes de la tierra que ellos sostenían que les había donado Dios en propiedad no los tuvieron nunca en cuenta. Algunas frases de los propios líderes sionistas así lo demuestra:

--Tenemos que expulsar a los árabes y ocupar su lugar (David Ben Gurión)

--No puede haber sionismo, colonización ni estado judío sin la expulsión de los árabes y la expropiación de sus tierras. (Ariel Sharon a la Agencia France Press, el 15 de noviembre de 1998)

--La partición de Palestina no es justa. Nunca la aceptaremos. Eretz Israel será restituido al pueblo de Israel. Todo él y para siempre (Menahem Beguin)

--No existe un interlocutor palestino para una negociación (Ariel Sharon)

--He creído siempre en el eterno e histórico derecho de nuestro pueblo a toda esta tierra. (Ehud Olmert, ante al Congreso de Estados Unidos el 30 de junio de 2006)

--No existe nada que se pueda considerar un estado Palestino. Nosotros podemos llegar, echarlos y ocupar el país. (Golda Meir).

-Jamás consentiremos un estado palestino (Netanyahu, muy recientemente)

Y, muy recientemente también, yo mismo he oído a un colono de Cisjordania –minúsculo territorio supuestamente palestino después de Oslo, decirle a un reportero de televisión: Nunca nos iremos de aquí. Esta tierra nos la ha dado Dios.

Y, si se la ha dado Dios y al nivel de ciertas mentalidades, ¿quién lo va a discutir?

¿De dónde? ¿De dónde y de qué filosofía podía venir tan fría maldad, tan venenoso desprecio por los otros, semitas como ellos? Tras rellenar algunos folios con la intención de explicarme en un breve ensayo, creo que terminé diciendo lo que intentaba decir en el siguiente poema, que titulé CLAMA EL PROFETA:

Todavía quedan

muchos palestinos vivos,

oh, hijos de Sión.

Un tiempo largo desterrándolos,

humillándolos,

encarcelándolos,

torturándolos,

asesinándolos,

masacrándolos

y aún alientan de vida.

Aún quedan muchos palestinos vivos

a vuestro lado.

¿No los veis?

¿No los oís?

Pretenden ser

los dueños de esta tierra,

porque nacieron de los que quedaron

luego que las caligas del águila romana

hollaran sus mieses, sus olivos,

sus tiendas y sus palomares.

¿A qué esperáis, hijos de Sión?

¿No oísteis el mandato de Yahvé?

Exterminadlos.

Que, si no, la furia del Eterno,

grande y terrible,

se cebará en vosotros.

En vosotros, que sabéis

-os lo enseñaron desde niños-

que los palestinos,

mujeres, hombres y niños

no merecen vivir

en vuestros campos,

en vuestras ciudades…

¿A qué esperáis para exterminarlos?

Están mancillando vuestra tierra,

esa gloriosa tierra

que os dio Yahvé en heredad.

Yahvé que, aunque no existe,

puede aún ofreceros muchos campos,

muchas ciudades,

a Oriente y a Occidente,

y debajo del mar,

sobre las nubes

y más allá del horizonte…

Campos que manan leche y miel

y que son vuestros,

porque vosotros los robasteis,

dos veces los robasteis,

como Yahvé os ordenó,

por boca del profeta,

bendito sea Yahvé,

el Santo de los Santos,

aunque no existe.

Mirad y ved,

aun queda allí una mujer,

junto al pozo, bajo la palmera.

Lleva un hijo en su vientre.

Podéis matarlos a los dos de un solo tajo.

Arrastradla,

sacadle las entrañas,

sacadle al hijo que esperaba

y arrojadlo a los cerdos…

Porque vosotros no coméis cerdo,

pero los cerdos sí comen niños palestinos.



Y allá, en la otra orilla, un hombre

con las manos vacías,

porque la siega es vuestra,

el grano es vuestro

y las espigas

y el fruto de la vid. y del olivo.

Está famélico,

muerto en vida,

rematadlo de una vez,

que no mancillen sus harapos las laderas

del monte sacro de Sión.

Mirad, más allá todavía,

ese grupo de niños

que juega a orillas del Jordán,

sus breves pies chapoteando en los marjales,

entre los mirtos y las balsameras.

Para no mancharos las manos,

aplastadlos con vuestros carros de combate.

No temáis esas piedras que os lanzan,

las piedras no hacen daño

si las tira una mano inocente.

Hombres, mujeres y niños

no son hombres, mujeres ni niños

si son palestinos,

oh, hijos de Sión.

Ni su dolor es dolor,

ni sus palabras son palabras

ni sus quejas son quejas

ni su llanto es llanto

ni sus heridas son heridas

ni su muerte es muerte…

Exterminadlos…

Borradlos de la faz de la tierra sagrada.

Obedeced.

Acordaos de la Ley de Moisés,

el siervo de Yahvé,

de los preceptos y mandatos

que os dio el Señor,

el Santo de los Santos,

aunque no existe,

allá en Horeb,

por boca del profeta.

Obedeced, exterminadlos,

no sea que el infinito trueno de Yahvé,

grande y terrible,

venga sobre vosotros

para daros a todos

y a vuestra tierra toda al anatema.

Israel, si no desaparece, porque deje de contar con la ayuda de los Estados Unidos –circunstancia más bien impensable- jamás consentirá un Estado palestino. Asombra que todavía se hable tan profusamente, en los medios de comunicación y en los foros internacionales, de proceso de paz, de hoja de ruta, de reuniones entre el gobierno israelí y la, más que débil, entregada Autoridad Palestina, al cabo de más de sesenta años desde que la ONU decretara una partición injusta, pero, al fin y al cabo, partición. Todos los intentos los frustra Israel, y lo seguirá haciendo. La voluntad sionista de quedarse con todo el territorio palestino, más trozos de Siria y del Líbano, para fundar el Gran Israel, el Israel bíblico, la han manifestado sus líderes con tanta claridad, como hemos visto, que parece mentira que todavía haya quien se llame a engaño. ¿No es de general conocimiento cómo Israel llevó a cabo una auténtica masacre en Gaza, reconocida como tal por la ONU –el informe Goldstone- que lo declara culpable de crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad y no pasa nada? ¿No ha sucedido que, a lo largo de más de medio siglo, el máximo organismo internacional ha dictado cincuenta resoluciones condenatorias del gobierno sionista y éste ha seguido haciendo lo que le ha venido en gana, pues sabía que, al final, el veto USA le libraría de cualquier condena? ¿Quién puede esperar nada de un encuentro del ultraderechista Netanyahu con Mahmud Abbas –luego de ponerle, por ende, condiciones inaceptables-, si ya se sabe lo que pretenden?



Lo que quise resaltar sobre todo en el poema –creo que se ve claramente- es la infinita maldad de las fechorías que cometen algunos hombres creyentes, en nombre de SU Dios. Si consideramos lo que piensan, desde su fe, lo que es ese Ser que nadie ha visto, pero que, según ellos, ha creado el mundo, lo sostiene providencialmente y ha movido la historia, resulta tremendo lo que hacen y, por supuesto, contradictorio. Pero eso es propio de todas las religiones. Considérese lo que han sido las religiones a través de la historia. Todas, todas han traído para el ser humano un cúmulo de crímenes y de desgracias, muy especialmente la judía. Aquella acertadísima opinión de Feuerbach, irrebatible a mi juicio a la vista de la realidad y el estado de los conocimientos, de que las cosas no han sido como se suele afirmar, sino que ha sido el hombre el que ha creado a Dios a su imagen y semejanza, alcanza una clara confirmación en lo que los cristianos llaman Antiguo Testamento, esto es, la historia del judaísmo (y adrede no digo “pueblo judío”, porque, de una vez por todas, el profesor Shlomo Sand, judío, profesor de Historia Contemporánea en la universidad de Tel Aviv, ha demostrado que nunca ha existido un pueblo judío; el judaísmo es una religión. He manejado la traducción francesa: Comment le peuple juif fut inventé, París, Fayard, 2008). Quien quiera asegurarse de que es verdad lo que digo, sin necesidad de espigar, entre otros “sucesos”, aquellos especialmente aborrecibles, tiene a su alcance, desde hace poco, un libro de José Rodríguez, actualmente profesor del Instituto de Formación Continuada de la Universidad de Barcelona: Los pésimos ejemplos de Dios según la Biblia, Temas de Hoy, Madrid, 2008. En él se puede enterar el lector, con todas las garantías de unas citas que pueden fácilmente comprobarse, que Jahvé bendijo profusamente a tramposos, cobardes, mentirosos, adúlteros, ladrones, y sobre todo justificó, cuando no decretó, los robos de tierra y las matanzas perpetradas por su “pueblo elegido”, para apoderarse de lo que no era suyo. Fechorías que culminaron con la “conquista” de la tierras de Canáa, la actual Palestina, que, por cierto, no fue suya desde siempre, como pregonan hoy, sino sólo durante los ochenta años que duraron los reinados de David y Salomón, si es que estos personajes no son también legendarios, como opinan algunos.

Las religiones son sucesos culturales, creación de unos hombres para dominar a otros hombres a través de la manipulación de sus conciencias. Todas tienen puntos en común y discrepancias, según la cultura en que nazcan y se desarrollen. La religión cristiana no es especial. Es una más de entre el grupo de religiones mediterráneas. Y, por supuesto, es un sincretismo. No se puede sostener seriamente que la fundó o inspiró un Dios bajado a la tierra. El Concilio Vaticano II decretó -constitución Nostra Aetate-, que todas las palabras de la Biblia no es que estén inspiradas, es que son como si tuvieran a Dios por autor. Y entonces va uno y lee el Tao Te King, el Zend Avesta, los Upanishads, el Corán y no son inferiores ni en la forma ni en el contenido a lo que ha escrito Dios. Y no digamos ya el “Así habló Zarathustra”. De todas las religiones, el judaísmo es la más claramente diseñada a la medida de los intereses de un pueblo. Y lo seguirá siendo. Y que de esa descarada teocracia se diga que es la única y acreditada democracia de Oriente Próximo y Medio no constituye sino el mayor sarcasmo proferido por una sociedad caracterizada por la mentira y la hipocresía

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

0 comentarios: