Lo que todos sabían pero nadie decía en Guatemala

Carlos Maldonado
Rebelión
06/03/10

Una vieja práctica remozada de novedad por la gran prensa

La llamarada que ha levantado la grasa sobre la parrilla mediática en Guatemala con la “denuncia” del exviceministro de Gobernación Francisco Cuevas acerca de que “dentro de la Policía operan grupos de sicarios”, no es más que la flama que viene a confirmar lo que se ha venido asando desde hace mucho tiempo a fuego lento en nuestro país.


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Si ayer no se les llamaba sicarios a los escuadrones de la muerte, estructurados por civiles de los partidos de la derecha como el MLN en connivencia con militares que participaron activamente en el genocidio y asesinatos extrajudiciales selectivos que se llevaron a cabo contra ciudadanos indefensos del área rural y de las urbes, en ese orden, con el objetivo de proteger la “seguridad, el orden y los privilegios” de la oligarquía guatemalteca, sus métodos siguen siendo los mismos bajo el mote de sicariato: secuestro, torturas, intimidación, chantaje, hasta terminar con el simple y llano asesinato extrajudicial.

Esos desmanes de los “cuerpos de seguridad” y los grupos clandestinos o paralelos que activan a la sombra del Estado con carácter paramilitar, los han venido sufriendo los guatemaltecos del común desde el derrocamiento del gobierno progresista de Jacobo Arbenz Guzmán. Cincuenta y seis años de vivir en un estado para-policiaco, de delación, traición y muerte es una larga noche. Y, todavía muchos se preguntan por qué los guatemaltecos se comportan tan tímidamente, por qué son tan recelosos y taimados.

En los años más cruentos de la guerra interna que vivió Guatemala, el libertinaje con que operaban los cuerpos de seguridad era tan flagrante que a la luz del día asesinaban y secuestraban a ciudadanos cuyo único delito era oponerse a este estado de cosas. Incluso, muchos de estos, cual vampiros, salían por las noches a hacer sus rondas macabras pues su sed de sangre era tan grande que muchas veces se mezclaba con las órdenes que emanaban de las cúpulas del gobierno. Así entonces, eran muertos indigentes y borrachitos que pernoctaban en las calles por el puro placer de saciar sus instintos asesinos sus verdugos. Así pues, desde los comprometidos realmente en las luchas revolucionarias como los más inocentes que ignoraban la realidad del país, fueron uniformados por estos asesinos como comunistas y enemigos de la democracia.

Era tal la impunidad con la que se comportaban estos facinerosos, que dos poderosos jefes de cuerpos policíacos se enfrentaron a las claras por ambiciones personales en una batalla campal, donde uno de ellos resulto tuerto por el estallido de una granada. El de triste recordación, Manuel Antonio Valiente Téllez. Su oponente, el temido sátrapa Director de la Policía Nacional de aquellos aciagos años, el General Germán Chupina Barahona, ya fallecido.

Ese era el clima “cotidiano” que se vivía dentro de esa Guatemala barbárica a manos de una oligarquía rancia que permitía que sus lacayos asesinos chupa-sangre, los que les hacían sus trabajitos sucios, tuvieran las manos libres sin el temor de castigo alguno por sus actos.

Miles de guatemaltecos murieron bajos sus manos, otros tantos desaparecidos sin que hasta la fecha se sepa de su paradero, mientras sus familias estrujadas por esa angustia y la eterna esperanza de verlos aparecer algún día, siguen sentadas a las puertas de sus casas nutridas de esa engañosa expectativa. Muchos más salieron al exilio so pena de muerte y más de un millón fueron desplazados de sus comunidades allende nuestras fronteras patrias.

Por supuesto, que un respiro vino con la firma de la paz en 1996, pero pronto ese minúsculo descanso se vio negado por el fruto de las condiciones precarias en que habían quedado sumidas miles de familias del área rural que tratando de buscar mejores derroteros decidieron emigrar, especialmente, a la ciudad, engrosando con ello las vías miserias que habían dado cobijo años antes a otras miles de ellas expulsadas por el terremoto de 1976.

Muchas viudas con sus hijos, otras con la carga de huérfanos ajenos dejados por sus familiares, incluso amigos y conocidos, que dejó la guerra, fueron arrojadas al mercado laboral capitalista de las grandes ciudades. Ante la premisa de comer o sucumbir, la atención a esos pequeños quedó relegada a segundos planos.

Sin atención, cariño, en muchos casos sufriendo maltrato infantil y solapada esclavitud, los hijos de la guerra fueron creciendo en un ambiente hostil. La crianza sobre bases de confianza y solidaridad fueron dando paso a otras formas de relación donde la frustración, el maltrato y el abandono fueron dando los resultados obvios: delincuencia y amargura. Ese es el génesis de las temidas maras cuyos miembros han sido utilizadas por el mismo Estado y los grupos delictivos organizados como grupos de choque. Por supuesto, luego se les culpa y sataniza, se les combate y se les asesina indiscriminadamente por medio de “sicarios” que forman escuadrones de la muerte cuyos miembros llevan a cabo “limpiezas sociales”, para tratar de ahogar en sangre las contradicciones que el sistema mismo ha creado.

Un círculo vicioso donde los jóvenes pandilleros son utilizados para mantener bajo el terror a barrios enteros a través de la práctica del crimen y el chantaje (extorsión) y evitar la organización y su consecuencia: la protesta social, pero a su vez, enfrentados por sicarios emanados de los cuerpos de seguridad quienes los asesinan por mandato de otros agobiados por ese control de cuyo imperio quieren verse librados. Sin embargo, los segundos pronto entran en esa misma férula delictiva al desplazar a las pandillas quedándose con el negocio de aquellas. Eso sin contar, las asociaciones delictivas que surgen entre pandilleros y algunos miembros de las fuerzas de seguridad.

Para adornar el escenario del absurdo de un mal chiste, como corolario a toda esta gran contradicción que la misma clase rémora de Guatemala, entre oligarquía y burguesía, ha creado para sostenerse en su pedestal, vienen las declaraciones del señor Stephen McFarland, Embajador de Estados Unidos en nuestro país, que dice que la información sobre el sicariato dentro de la Policía Nacional Civil ya la sabía su embajada pero que es imposible decir quienes son sus informantes. Que tal. Declaraciones del embajador de una nación que ha estado comprometida seriamente en la guerra sucia que se llevó a cabo en nuestro país y en otros más de Latinoamérica y que cobró más de doscientas mil vidas y que, con una enorme desfachatez, sigue interfiriendo descaradamente en los asuntos internos de nuestro país. La misma nación que propició la contrarrevolución que dio al traste con el gobierno democrático de Jacobo Arbenz y que planeó y avaló las prácticas genocidas de los escuadrones de la muerte que limpiaron de “comunistas” la nación y nutrieron los cuerpos de represión durante los gobiernos sucesivos. ¿Qué solvencia moral tiene este señor para venir a opinar sobre prácticas que ellos mismos han planificado y propiciado para estos países a los que consideran su patio trasero? ¿Acaso la gran prensa no ha tenido en sus manos los documentos desclasificados de la CIA donde se evidencia su clara, ilegal y mortífera injerencia? ¿Acaso sus asesores militares no entrenaron y planificaron los operativos del ejército genocida bajo el mando de los gobiernos militares de esa época? ¿Acaso la gran prensa no ha cubierto los casos de decenas de policías y militares en activo o en retiro que han formado y forman las bandas organizadas que se dedican al crimen organizado en estos días? Entonces, ¿cuál es el cacareo inaudito e inexplicable de ahora? ¿Qué se esperaba que fueran los cuerpos de seguridad después de esa gran escuela de muerte como lo fue la de las Américas montada por los gringos y la Kaibil de Potún? ¿No hay kaibiles operando en los grupos de sicarios de la banda de los Zetas y los carteles de México? ¿No ha cubierto la prensa el gran negocio entre algunos altos generales y las bandas del crimen organizado a quienes los primeros han vendido armamento robado propiedad del Ejército de Guatemala?

Lo que era soto vocce desde hace mucho tiempo, los medios, la gran prensa, lo convierte ahora en algo “novedoso”, monumental, digno de asombro. Situaciones por las cuales los poderosos se llevan una mano a la boca en señal de sorpresa, cuando los mismos, como anoté anteriormente han utilizado a sus testaferros políticos como el difunto Mario “El Mico” Sandoval Alarcón, a quien le hicieron honras fúnebres a su deceso por esa “valiosa colaboración” y el decrépito Lionel Sisniega Otero para crear estos cuerpos de sicarios y frenar, bajo su paranoica óptica de guerra fría, el avance de la revolución o en su defecto, la democracia popular cuando ésta les era perjudicial para sus negocios. Y los siguen utilizando, como quedó evidenciado en la novela Rosenberg y los cientos de asesinatos contra líderes comunitarios, campesinos y sindicales. Verdaderas bandas de sicarios que funcionan bajo el mando de consorcios privados bajo la fachada de policías particulares. ¿Ejemplos? Desalojos en Morales, Izabal; asesinatos por bandas paramilitares de líderes de FRENA y San Juan Sacatepéquez, tras los cuales se sospecha fuertemente esté implicada la transnacional DEOCSA y la Cementera Progreso, en ese orden; cuyas investigaciones sobre sus asesinatos la CICIG, que fue llamada para indagarlos, aún a estas alturas no sabemos en qué estadio se encuentran.

Por supuesto, de ello se desprende que el sentir popular sea negativo ante las fuerzas del “orden”. No podía ser de otra forma. Cuando el común de los ciudadanos se percata de la presencia de la policía automáticamente los equipara con delincuentes quienes amparados tras el uniforme y las armas actúan con total impunidad, abusivez y represión. En vez de infundir confianza y tranquilidad, la mayoría de los vecinos los evita para no ser despojados de sus escasas pertenencias bajo cualquier pretexto que se les ocurra a aquellos. Ver un marero o un policía es estar en peligro de sufrir cualquier vejamen, incluso de perder la vida.

La gran prensa, que pertenece a los grupos poderosos del país, lo que pretende hacer con esta novelera noticia de las bandas de sicarios en la Policía es conducir y exacerbar el repudio de la mayoría contra un gobierno que a la oligarquía y sus partidos les empieza a ser incómodo, especialmente la señora Torres, no porque sea la encarnación de Evita Perón, sino porque los margina de los grandes negocios que se pueden hacer a la sombra y con el mismo Estado. De ahí, su empecinamiento para destruirlo políticamente. Porque, gobiernos tan o más corruptos que el actual los podemos encontrar en los que lo antecedieron, sin embargo ante sus desmanes la gran prensa apenas hizo si hizo bulla. Hay una intención sobradamente plausible en su actuar y en el actuar de algunos diputados que para ganar notoriedad ante la población hurgan hasta el más mínimo detalle, no con el afán de fiscalizar sino de catapultarse para las próximas elecciones. Es sistemático y sintomático el ataque por diversos frentes.

Mientras esas luchas intestinas entre grupos poderosos de la oligarquía decadente pero poderosa aún y burguesía emergente, continúen, la ciudadanía en general seguiremos sufriendo los embates de la violencia común y política, entre la que se cuenta el sicariato tanto dentro de las pandillas juveniles como dentro de los cuerpos de “seguridad”. Ambos copados por ese fenómeno que ya no puede pasar desapercibido como es el narcotráfico.

Por tanto, la ciudadanía lo que exigimos es un cambio total en la forma de gobernar, en la forma de propiedad que es de donde se derivan estas contradicciones y una limpieza general de los corruptos que hoy pululan en las altas esferas del Estado cuyo manejo está en manos de los grandes operadores privados y que deriva en inseguridad, zozobra y muerte para la mayoría. Sin embargo, la corrupción, la inseguridad y la represión son inconsustanciales a este sistema capitalista dependiente y deforme cuyas contradicciones se irán agudizando paulatinamente lo que sobreviene en un desarrollo insurreccional cada vez más consciente y beligerante. De ello, se entiende que estos cuerpos paralelos sean utilizados con mayor frecuencia por una clase dominante que siente amenazados sus intereses y su futuro por ese avance revolucionario.

Carlos Maldonado. Coordinador Comunicación Frente Popular. Miembro fundador del Colectivo de Acción y Discusión Política “La Gotera”


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