El costo humano del tsunami tóxico de British Petroleum

Tiempo
18/06/10

El público estadounidense no tiene voz ni voto en el colosal experimento de British Petroleum para frenar la contaminación de crudo en el Golfo de México, denuncia en esta columna la activista Kerry Kennedy.

...Siga leyendo, haciendo click en el título...

Las imágenes de aves marinas cubiertas de crudo distraen de la tragedia humana que se vive en la costa estadounidense del Golfo de México desde que empezó el derrame de British Petroleum (BP).

Cuando Louise Bosarge, una mujer de la zona, escuchó que el presidente Barack Obama calificaba a su comunidad de “resiliente”, su respuesta fue poética: “Resistimos. Resistiremos. Pero duele hacerlo una y otra vez”.

Con mi hija Mariah y un equipo de expertos del Centro Robert F. Kennedy para la Justicia y los Derechos Humanos, pasé los últimos días en Mississippi, Louisiana y Alabama.

Hablé con pescadores, marineros, dueños de restoranes, ecologistas, granjeros, proveedores de servicios, trabajadores portuarios, hoteleros, jóvenes y muchas otras personas cuyas vidas se ven conmocionadas por el tsunami tóxico de BP.

Ese desastre, que comenzó el 20 de abril con la explosión de una plataforma petrolera, convierte la costa del Golfo de México en una ciénaga oleosa y deja en la ruina a industrias pesqueras y turísticas, sostén de las comunidades lugareñas.
“El petróleo va a ser lo único que nos quedará”, comentó un viejo residente. “Y con los políticos a los que las compañías petroleras tienen en sus bolsillos, lo único que habrá será más presión para seguir y seguir perforando”, añadió.

Las fotografías de las aves marinas cubiertas de crudo distraen de la tragedia humana.

Preocupada por su imagen, BP lleva gastados 50 millones de dólares en una campaña publicitaria. Entretanto, la marea negra estrangula los medios de subsistencia de los pobladores y daña los ecosistemas de la región.

En un bote a motor, viajamos unos 13 kilómetros mar adentro. Pese a la distancia, nos daba la sensación de estar sobre un colosal colchón de crudo tornasolado que cubría el agua de horizonte a horizonte. Pese a que todos llevábamos máscaras antigás, nos ardían los ojos, se nos cerraba la garganta y nos dolía la cabeza.

Nuestro pequeño bote pronto se transformó para las aves marinas en una especie de santuario rodeado por barreras flotantes que trataban de contener el avance del petróleo.

Pero el crudo, ayudado por productos dispersantes, se deslizaba debajo de las barreras flotantes, enfangaba las límpidas aguas y terminaba por convertirse en un anillo marrón y viscoso que rodeaba una isla a la que nos acercamos.

Vimos a un pelícano cubierto de una melaza pegajosa, que luchaba por hallar un punto de apoyo en la costa rocosa, también sucia de petróleo, pero resbalaba una y otra vez.
Cuando volvimos a puerto, el capitán dijo: “Esta noche me pasaré soñando con el pobre pelícano. Espero que no me pase lo mismo que a él”.

Los pescadores, ya endeudados por préstamos para comprar o mejorar sus botes que ahora están parados, temen que sus redes queden guardadas para siempre.

BP intenta “comprarlos” con promesas de pagos de ingresos o salarios perdidos, pero en realidad diseñó, cínicamente, un sistema que hace imposible que la mayoría de los pescadores puedan materializar sus reclamos o tener éxito en ellos.

BP forzó a muchos de los que presentaron denuncias a firmar documentos que eximen a la compañía de futuras responsabilidades. Sólo por medio de la presión pública, la petrolera británica aceptó anular esos acuerdos forzados.
La máquina de relaciones públicas de BP dijo que protegería a los equipos de limpieza de la marea negra.

Sin embargo, a los trabajadores se los privó del equipamiento necesario y, además, cuando quisieron trabajar con máscaras antigás, fueron amenazados con el despido si insistían en usar esos “innecesarios” aparatos que, afirma la empresa, “sirven sólo para difundir histeria”.

A los trabajadores que se quejan de malestares, dolores de cabeza o dificultades para respirar, BP les dice que tienen “intoxicaciones alimentarias” o “golpes de calor”. La compañía les advirtió que si quieren recibir tratamiento médico deben ver a los médicos de la empresa y no recurrir a los servicios de salud pública.

Los pescadores, los habitantes y el público estadounidense en general no tienen voz ni voto en la decisión de una compañía privada de conducir un colosal experimento para frenar, hasta ahora sin éxito, el vertido de miles de millones de litros de sustancias cancerígenas en una de las zonas pesqueras más ricas del planeta.

BP se niega a revelar la lista de agentes químicos que está utilizando en esa operación, de modo que los pacientes y los médicos no pueden identificar y tratar adecuadamente las enfermedades vinculadas al desastre.

A causa del virtual silencio sobre los impactos sanitarios de esos productos químicos nada se ha hecho para preparar una eventual evacuación de los habitantes.

Pasadas muchas semanas, el retroceso económico se manifiesta en el aumento de problemas de salud mental en quienes han perdido todo lo que tenían y temen por su futuro.

La gente que vive en la costa del Golfo de México tiene una idea clara de lo que hay que hacer:

• Enviar todas las donaciones al Gulf Coast Fund, que sostiene a organizaciones comunitarias a lo largo y ancho de la región.

• BP debe cumplir su promesa y pagar con presteza compensaciones justas a todos los pescadores, trabajadores o empresarios que han sufrido pérdidas.

• BP debe dar una bonificación equivalente a 30 por ciento del valor de las capturas a los pescadores que continúan laborando en aguas todavía autorizadas.

• El gobierno debe desarrollar un plan de evacuación de las comunidades costeras acorde con estándares internacionales para el tratamiento de desplazados internos, como la unidad familiar, el respeto de sus derechos electorales y de retornar a sus hogares originales.

• El gobierno debe destinar una porción de los 19.000 millones de dólares asignados --pero aún no gastados-- a los damnificados por el huracán Katrina de 2005, a la creación de 100.000 empleos “verdes”, con salarios adecuados en la costa del Golfo.

Quizás le lleve décadas a BP lograr que la zona recupere la normalidad. Pero tras este tsunami petrolero, lo más urgente son las acciones para respetar los derechos de quienes viven allí.

* La autora es presidenta del Centro Robert F. Kennedy para la Justicia y los Derechos Humanos. Derechos exclusivos IPS.

0 comentarios: